Un lugar para caminar con San Pablo... para llevar a Cristo a cada persona en cada paso... un espacio para peregrinar a través de las Cartas de San Pablo, un lugar para reflexionar, compartir, y disfrutar de La Palabra a través de su gesta como el Apóstol de las Gentes. Una oportunidad más para conocer a Pablo de Tarso, misionar con él y llevar la Palabra de Jesús Resucitado.

lunes, mayo 24

Las Perlas de san Pablo 9 Vitaminas Paulinas para Pentecostés Frutos del Espíritu Santo: Amor, alegría, paz…

Las Perlas de san Pablo

9 Vitaminas Paulinas para Pentecostés

Frutos del Espíritu Santo: Amor, alegría, paz…

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezca con todos ustedes (2Cor 13,13)

Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Rom 8,14).

El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio que somos hijos de Dios (Rom 14,16).

¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? (1 Cor 3, 16).

En cada uno el Espíritu se manifiesta para el bien común (1Cor 12,7).

El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor. allí está la libertad (2Cor 3,17).

Fruto del Espíritu son: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia (Gál 5,22).

No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha marcado un sello para el día de la redención (Efes 4, 30).

No extingan la acción del Espíritu… examínelo todo y quédense con lo bueno (1Tes 5, 19 y 21).

San Pablo, doctor del Espíritu Santo, se refiere a Él y a su acción, 143 veces, en sus Cartas. Es para reflexionarlo y orarlo para que anime con su luz y fuego a nuestra madre la Iglesia y nuestra vida cotidiana.

¡Ven Espíritu Santo!

Con el augurio de un santo Pentecostés y la oración del P. Benito

miércoles, mayo 19

Somos Embajadores de Cristo

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«Embajadores de Cristo» (2 Cor. 5,20)

Llamado por Dios y constituido colaborador suyo, San Pablo expresa la conciencia que tiene de su misión considerándose «embajador de Cristo». Entonces como hoy, el embajador es alguien que ha recibido la delegación plena de poderes por parte de aquel que le envía, hasta el punto de actuar en su nombre. Consciente de ser embajador personal de Jesucristo, Pablo sabe «que Dios exhorta a través nuestro» y puede exclamar con toda energía: «En nombre de Cristo, os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Cor. 5,20). Y es tal su conciencia de actuar siempre y en toda circunstancia en nombre de Cristo que incluso estando prisionero se sigue considerando a sí mismo embajador suyo, aunque sea «entre cadenas» (Ef. 6,20).

La misma realidad expresa el término «apóstol», que es el que usa con más frecuencia, hasta el punto de que sólo está ausente en tres cartas (2 Tesalonicenses, Filipenses y Filemón); en todas las demás, ya desde el saludo Pablo se presenta a sí mismo como «apóstol de Jesucristo».

Apóstol significa no sólo «enviado», sino enviado oficialmente y con plenos poderes. En cierto modo, el enviado se identificaba con aquel que le enviaba, hasta el punto de que debía ser tratado con el mismo respeto que este y las atenciones u ofensas que recibía el enviado se consideraban hechas al enviante. (Así, por ejemplo, en el Antiguo Testamento, David declaró la guerra a los ammonitas y les combatió duramente por haber ultrajado a sus emisarios -2 Sam. 10-).

Con ello Pablo empalma con la enseñanza del mismo Jesús, que había llamado «apóstoles» a los doce (Lc. 6,13) y les había enviado con su propia autoridad, la misma que él había recibido de su Padre: «Como el Padre me envió, así os envío a vosotros» (Jn. 20,21). Jesús los enviaba en su nombre, y por eso podía decir: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe» (Mt. 10,40), «quien a vosotros os escucha, a mí me escucha, y quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza» (Lc. 10,16). Y como enviados personales suyos, Jesús les hacía partícipes de sus mismos poderes: «en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas... » (Mc. 16,17 s.).

Sin duda, aquí radicaba la fuerza invencible de Pablo. No se trataba en él simplemente de energía de carácter o de entusiasmo por un ideal, sino de la conciencia de estar siendo impulsado por Cristo mismo, de que en su debilidad residía «la fuerza de Cristo» (2 Cor. 12, 9).

Quizá desde aquí se entiende mejor el texto de Gal. 2,20: «Vivo, no yo, sino que Cristo vive en mí». Apresado por Cristo Jesús (Fil. 3,12) desde el momento mismo de su conversión, hasta tal punto el Señor se ha adueñado de su persona que se ha convertido en el sujeto y protagonista principal de su vida. Pablo no ha dejado de vivir su existencia humana, pero percibe que su yo no es ya el sujeto último de su vida, sino que «otro» se ha apoderado de él desde dentro, hasta el punto de ser el que gestiona su vivir y su actuar. El apóstol ha quedado identificado con el que le envía, ha quedado unido íntima y profundamente con él. No se siente enviado por alguien que está fuera de él y le confía un encargo, sino por alguien que viviendo en él le impulsa desde dentro. El apóstol es como una nueva encarnación del Verbo. Cristo prolonga su vida y su actividad en su apóstol. Al decir «Cristo vive en mí» el apóstol podría haber especificado: actúa en mí, habla en mí, ora en mí, sufre en mí, ama en mí...

Esa vida de entrega tan admirable, tan desbordante, tan sobrehumana, encuentra aquí su explicación: Pablo tiene clara conciencia de que el Cristo Resucitado que encontró en el camino de Damasco actúa en él y por medio de él. Poseído por la fuerza infinita del Resucitado se siente impulsado a hablar y a actuar con una fortaleza que no es la suya. Todo su empuje apostólico, su audacia, su aguante ante las dificultades, su constante iniciativa para abrir nuevos campos al evangelio... se explican desde aquí. Sin esto, todas sus energías naturales se hubieran agotado, antes o después, ante las numerosas y graves dificultades que tuvo que afrontar.

Dirá, por ejemplo, a los tesalonicenses: «Después de haber padecido sufrimientos e injurias en Filipos, como sabéis, tuvimos valor, apoyados en nuestro Dios, para anunciaros el evangelio en medio de fuerte oposición» (1 Tes. 2,2). En efecto, después de haber sido encarcelados y haber recibido muchos azotes en Filipos, Pablo y Silas -según relata He. 16,16-40- no solo no se desanimaron ni se echaron atrás, sino que continuaron con energía indomable su actividad evangelizadora predicando en Tesalónica, donde a su vez encontraron persecución (He. 17,1-9)... Después Berea, Atenas, Corinto... encontrando siempre dificultades, oposición, indiferencia, rechazo... Lo cual habría desalentado y hecho desistir a cualquiera, no así a los apóstoles sostenidos por la fuerza de Cristo.

Pablo sabe bien a quién pertenece. Está seguro de ser «apóstol, no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos» (Gal. 1,1). Es apóstol de Jesucristo. Sólo a Él pertenece. Él le ha enviado y a Él solo ha de agradar (Gal. 1,10). Y cuando al final de su vida se encuentre en la cárcel de Roma, solo y abandonado de todos, a punto de ser martirizado, podrá exclamar con una fuerza impresionante: «Sé de quién me he fiado» (2 Tim. 1, 12).

De su condición de «embajador» y «apóstol» de Jesucristo nace también la conciencia de su autoridad, que ejercita precisamente «en nombre del Señor Jesús». Cuando tiene que exhortar, mandar o prohibir lo hace consciente de estar investido de la autoridad misma de Cristo (2 Tes. 3,6-15). E incluso cuando tiene que tomar alguna decisión dura y drástica, no duda lo más mínimo (1 Cor. 5,4-5), consciente de su responsabilidad de ministro del Señor. Teniendo muy claro, por otra parte, que esa autoridad se la dio el Señor «para construir, no para destruir» (2 Cor. 13,10). Por eso, hasta las más fuertes censuras tienen como objetivo el bien de los mismos fieles(1 Cor. 4,4), «pues nada podemos contra la verdad, sino sólo a favor de la verdad» ( 2 Cor. 13,8) y «lo que pedimos es vuestro perfeccionamiento» (2 Cor. 13,9). Incluso preferirá, cuando sea posible, en vez de imponer su autoridad, mostrarse amable «como una madre cuida con cariño de sus hijos» (1 Tes. 2,7).

jueves, mayo 13

«Somos colaboradores de Dios» (1 Cor. 3,9)

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«Somos colaboradores de Dios» (1 Cor. 3,9)

Consciente de su indignidad y de que ha sido «misericordiosamente investido de este ministerio» (2 Cor. 4,1), San Pablo sabe que su misión consiste nada menos que en ser «colaborador de Dios».

Esta misión tan sublime la vive ante todo con gratitud y admiración: «Doy gracias... a Cristo Jesús, que se fió de mí y me confió este ministerio» (1 Tim. 1,12). Cuando escriba a Timoteo, ya en los últimos años de su vida, Pablo no ha dejado de admirarse ante este hecho increíble: «¡Se fió de mí!» Dios le ha llamado a colaborar íntimamente consigo, ha puesto en sus manos la redención operada por Cristo y ha confiado a sus labios la Buena Nueva de la salvación. ¡Qué asombro! El Dios infinito se ha fiado de Pablo, un hombre débil y pecador.

Una admiración que alcanza su grado culminante por el hecho de que esta colaboración consiste nada menos que en ser «administrador de los misterios de Dios» (1 Cor. 4,1). Según las costumbres de la época, el administrador (o «ecónomo», es decir, encargado de la casa) gozaba de la plena confianza de su dueño, disponía de sus bienes y le representaba al exterior, sobre todo en lo referente a los bienes materiales del propietario (cf. Lc. 12,42; Sal. 105,21). ¡Dios se fía de Pablo y de su gestión al frente de su casa y pone en sus manos la administración no de unos bienes materiales, sino de sus mismos misterios! ¿Cómo no vivir en la gratitud y en la admiración continuas?.

Esta conciencia de ser colaborador de Dios le hace además vivir a Pablo en la humildad más profunda y radical. Considerando la grandeza de la misión que le ha sido confiada, exclama: «Para esto, ¿quién es capaz?» (2 Cor. 2,16). El apóstol verdadero experimenta agudamente su incapacidad; todos sus valores y cualidades son radicalmente insuficientes en orden al altísimo encargo recibido. Por eso es Dios mismo -que llama al apóstol a ser colaborador suyo- quien «le reviste de fortaleza» (1 Tim. 1,12) y le capacita: «no que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza»(2 Cor. 3,5-6). Dios, el único suficiente, viene en ayuda de su colaborador para hacerle partícipe de su suficiencia.

Pablo sabe que en esta colaboración debe trabajar duro, hasta dejarse la vida (sabemos hasta qué punto se «gastó y desgastó» por sus cristianos: cf. 2Cor. 11,23-29). Pero sabe también que «ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer» (1 Cor. 3,7); no niega su trabajo, ni el de los demás apóstoles («yo planté, Apolo regó»), pero afirma categóricamente que «fue Dios quien dio el crecimiento» (1 Cor. 3,6). Podría haber dicho con el salmista: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal. 127,1).

Por eso, cuando hablando apasionadamente le salgan las palabras «he trabajado más que todos ellos», matizará inmediatamente: «Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1 Cor. 15,10). Ciertamente ha trabajado, incluso más que los demás, pero colaborando con la gracia: el sujeto y protagonista principal ha sido Dios mismo, que mediante su gracia ha incorporado y asumido a Pablo en la tarea evangelizadora; no ha sido principalmente él, aunque con la ayuda de la gracia, sino ante todo la gracia, que le ha capacitado, fortalecido y sostenido.

Por eso, cuando los corintios se queden detenidos en los hombres, admirando y alabando a tal o cual evangelizador, Pablo cortará por lo sano: «¿Qué es Apolo? ¿Qué es Pablo? ... ni el que planta es algo, ni el que riega» (1 Cor. 3,5-7). Quedarse en los hombres es desvirtuar su condición de colaboradores de Dios y olvidar que el único salvador es Jesucristo.

Por otra parte, la condición de colaborador de Dios despierta en Pablo un profundo sentido de responsabilidad, pues «lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles» (1 Cor. 4,2). Responsabilidad ante Dios: «Mi juez es el Señor» (1 Cor. 4,4). Responsabilidad de quien sabe que tiene confiado «el santuario de Dios», es decir, la comunidad de los cristianos, la Iglesia, que puede quedar dañada o destruida por el mal colaborador: «si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él, porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario» (1 Cor. 3,17).

Sentido de responsabilidad que le lleva a advertir también a los demás y a abrirles los ojos respecto de la seriedad de su colaboración con Dios: «¡Mire cada cual cómo construye!» (1 Cor. 3,10). Pues el resultado depende de que uno colabore en la construcción del templo santo de Dios «con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja» (1Cor.3,12). Al final se pondrá de relieve el valor y la duración de la construcción de cada cual. Sólo lo que pase la prueba del fuego perdurará eternamente; lo demás desaparecerá como el humo: en realidad no habrá construido nada.

Sin duda que el consejo que Pablo daba a los cristianos de Filipos de «trabajar con temor y temblor por su propia salvación» (Fil. 2,12), lo aplicaría a sí mismo también en cuanto ministro de Cristo. En toda su vida y en su actividad jamás actuaba con ligereza; sabiendo que «es Dios quien obra en nosotros el querer y el obrar, como bien le parece» (Fil. 2,13), procuraba acoger y secundar responsablemente la acción de Dios evitando «echar en saco roto la gracia de Dios» (2 Cor. 6,1).

Finalmente, es su condición de colaborador de Dios lo que le daba a Pablo autoridad para hablar a los hombres, pues lo hacía no en nombre propio, sino en nombre de este Dios que era el protagonista principal de su vida: «como cooperadores suyos que somos, os exhortamos...» (2 Cor. 6,1). El apóstol sólo secunda la acción y el impulso de Dios y su palabra, no los sustituye con su propia iniciativa. Actúa porque actúa Dios, en su misma dirección y sentido.

miércoles, mayo 12

Las perlas de san Pablo Vitaminas Paulinas n. 45 Que Dios les haga conocer perfectamente su voluntad

Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando sin cesar por ustedes, desde que nos hemos enterado de la fe que tienen en Cristo Jesús y del amor que demuestran a todos los creyentes, a causa de la esperanza que les está reservada en el cielo…

Por eso, desde que nos enteramos de esto, oramos y pedimos sin cesar por ustedes, para que Dios les haga conocer perfectamente su voluntad, y les dé con abundancia la sabiduría y el sentido de las cosas espirituales.

Así podrán comportarse de una manera digna del Señor, agradándolo en todo, fructificando en toda clase de obras buenas y progresando en el conocimiento de Dios. (Colosenses 1, 3-5; 9-10).

Reflexión: Las noticias del crecimiento en la fe, en la caridad con los hermanos y en la esperanza de parte de los colosenses, provoca no sólo la alegría de Pablo, sino que lo impulsa a una constante oración para que ellos perseveren en el buen camino, “con firmeza y constancia de ánimo”.

Consigna: El Evangelio echó raíces profundas en Colosas, gracias a la buena acogida de la gente, al esfuerzo de los evangelizadores y a su constante oración por conocer y seguir la voluntad de Dios. Vale también hoy.

Con los saludos y las oraciones del P. Benito

Divúlgalo entre tus amistades

martes, mayo 4

Las perlas de san Pablo: Las perlas de san Pablo

Las perlas de san Pablo

Vitaminas Paulinas n. 44*

C

Recuerden, hermanos, nuestro trabajo y nuestra fatiga cuando les predicamos la Buena Noticia de Dios, trabajábamos día y noche para no serles una carga. Nuestra conducta con ustedes, los creyentes, fue siempre santa, justa e irreprochable: ustedes son testigos, y Dios también. Y como recordarán, los hemos exhortado y animado a cada uno personalmente, como un padre a sus hijos, instándoles a que lleven una vida digna del Dios que los llama a su Reino y a su gloria.

Nosotros, por nuestra parte, no cesamos de dar gracias a Dios, porque cuando recibieron la Palabra que les predicamos, ustedes la aceptaron no como palabra humana, sino como lo que es realmente, como Palabra de Dios, que actúa en ustedes, los que creen. (1Tesalonicenses 2, 9-13).

Reflexión: Pablo recuerda a los de Tesalónica que su predicación, en esa ciudad, fue desprendida, sin gravar sobre nadie; su relación fue como la de un buen padre con sus hijos, animando a cada uno personalmente.

Consigna: Cooperar al adviento del Reino, incluso entres dificultades y sacrificios, con una vida digna, acorde al Evangelio.

Con los saludos y las oraciones del p. Benito

Divúlgalo entre tus amistades

Este es..

... un espacio para peregrinar a través de las Cartas de San Pablo, un lugar para reflexionar, compartir, y disfrutar de La Palabra a través de su gesta como el Apóstol de las Gentes. Una oportunidad más para conocer a Pablo de Tarso, misionar con él y llevar la Palabra de Jesús Resucitado.