Un lugar para caminar con San Pablo... para llevar a Cristo a cada persona en cada paso... un espacio para peregrinar a través de las Cartas de San Pablo, un lugar para reflexionar, compartir, y disfrutar de La Palabra a través de su gesta como el Apóstol de las Gentes. Una oportunidad más para conocer a Pablo de Tarso, misionar con él y llevar la Palabra de Jesús Resucitado.

viernes, noviembre 26

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo :«Nos lleva siempre en su triunfo» (2 Cor. 2,14)

«Nos lleva siempre en su triunfo» (2 Cor. 2,14)

La vida del apóstol es lucha y combate, conlleva cruz y sufrimiento. Y sin embargo lo que parece predominar en él es la experiencia de victoria.

Escribiendo a los de Tesalónica, Pablo les pide oraciones «para que la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria como entre vosotros» (2 Tes. 3,1). Las expresiones sugieren la imagen de un avance triunfal del Evangelio por medio de los apóstoles.

Y en 2 Cor. 2,14 encontramos esta expresión: «¡Gracias sean dadas a Dios, que nos lleva siempre en su triunfo, en Cristo, y por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento!»

La imagen es de lo más expresiva. Pablo concibe el avance del Evangelio como el carro triunfal en que Dios mismo recorre el mundo entero. De manera semejante a como los generales romanos celebraban las victorias con un desfile o cortejo en que los oficiales subordinados cabalgaban asociados al general junto a su carro triunfal, así hace Dios con sus colaboradores; los evangelizadores participan en el cortejo triunfal al que Dios mismo los asocia en el avance que el Evangelio realiza al extenderse por todo el mundo a pesar de las dificultades. Dios mismo va abriendo camino a este avance glorioso del Evangelio y Pablo se siente agradecido de ser asociado como instrumento subordinado a esta marcha victoriosa que Dios mismo protagoniza.

El camino del evangelizador es una marcha triunfal y victoriosa. Y sin embargo vuelven a resonar en nuestros oídos los incontables sufrimientos descritos por el apóstol, que llega a considerarse «en el último lugar», como «condenados a muerte expuestos en espectáculo público», como «la basura del mundo y el desecho de todos» (1 Cor. 4,9-13). Es una vez más el misterio pascual en la vida del apóstol (2 Cor. 4,7-9; 6,9-10): victoria en la derrota. El Evangelio avanza gloriosamente en la humillación del evangelizador, del mismo modo que Cristo ha vencido en la cruz.

sábado, noviembre 20

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Las armas de Dios » (Ef. 6, 11)

«Las armas de Dios » (Ef. 6, 11)

En el texto antes citado de 2 Cor. 10, 4, San Pablo proclama expresamente: «las armas de nuestro combate no son carnales», es decir, no son de orden humano o natural.

Y el fundamento de esta afirmación lo encontramos en el otro texto también citado de Ef. 6,12: la armas no pueden ser «carnales» porque la lucha «no es contra la carne y la sangre». Las armas tienen que ser adecuadas al género de enemigo y de combate. Precisamente porque la lucha es «contra los Espíritus del Mal», sólo valen «las armas de Dios»; sólo ellas hace posible «resistir a las asechanzas del Diablo» (v. 11) y «resistir en el día malo» y mantenerse firmes después de haber vencido todo (v. 13).

Con otras palabras, es necesaria la fuerza poderosa del Señor (Ef. 6,10). San Pablo lucha y se fatiga, pero con una energía que no es suya: «precisamente me afano luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí» (Col. 1,29). Cristo ha vencido al diablo (Mt. 4,1-11), y sólo en Cristo y con su fuerza es posible vencer.

Por eso el apóstol renuncia deliberadamente a apoyarse en los medios naturales humanos -la «armas carnales»- y acude a las «armas de Dios», las únicas eficaces en el combate apostólico y cristiano.

Y en Ef. 6,14ss. detalla en qué consiste esta armadura que hace invulnerable y vencedor: vivir en la Verdad revelada por Dios; estar revestidos de la santidad en la adhesión a la voluntad de Dios; el celo por el Evangelio; la fe viva; la salvación asimilada y vivida; la atención y acogida de la Palabra de Dios; la oración constante... Son en realidad las armas necesarias al cristiano; mucho más al apóstol.

Puesto que la acción de Satanás utiliza como arma fundamental el engaño y la seducción (2 Tes. 2,9-12), se comprende la insistencia en las armas que hacen vivir en la luz (la verdad, la fe, la Palabra de Dios...). Otras armas miran más a la unión con Dios o con Cristo (santidad, salvación...), que es nuestra fortaleza. Notar que junto a las armas defensivas están también las ofensivas (la Palabra de Dios, el celo por la difusión del Evangelio...).

jueves, noviembre 11

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «El misterio de iniquidad» (2 Tes. 2,7)

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«El misterio de iniquidad» (2 Tes. 2,7)

Hemos encontrado en el capítulo anterior expresiones de este tipo: «intentamos llegar a..., pero el Espíritu Santo nos lo impidió». Llama la atención que también encontramos en san Pablo estas otras: «quisimos ir a vosotros -yo mismo, Pablo lo intenté una y otra vez- pero Satanás nos lo impidió» (1 Tes. 2, 18). Aquí no es Dios quien «impide» un determinado proyecto de los apóstoles con la intención de sacar adelante otro proyecto suyo; quien aquí obstaculiza la acción de los apóstoles es otro: Satán, el Adversario.

En toda la tradición bíblica es muy conocido este personaje, enemigo del hombre, adversario de Dios y de sus planes (Gen. 3, 1; Job. 1,6; Mc. 1, 13; Ap 12,3). Y san Pablo es consciente de su acción: las dificultades surgidas en Tesalónica no son signo de un plan de Dios que a través de determinadas circunstancias marca otros caminos y otros momentos, sino indicio de una intervención del Maligno que procura a toda costa impedir la implantación del Evangelio entre los tesalonicenses.

Entendemos ahora el porqué de las preocupaciones del Apóstol en relación con la joven iglesia de Tesalónica. Todas las persecuciones y tribulaciones allí surgidas han sido en realidad atizadas por Satanás. Pablo, «no pudiendo soportar ya más», envía a Timoteo a Tesalónica ante el temor de que «el Tentador os hubiera tentado y que nuestro trabajo quedara reducido a nada» (1Tes. 3, 5).

Por tanto, las dificultades no provienen sólo de la debilidad en la fe de una comunidad aún no consolidada, sino de lo que Pablo llama en otro lugar «el misterio de la iniquidad» (2Tes. 2, 7), que actúa en la sombra sirviéndose normalmente del «impío», es decir, de aquellos hombres que se prestan a ser sus secuaces e instrumentos de su acción en la historia.

Abiertamente lo dice también en la Carta a los Efesios: «nuestra lucha no es contra la carne y la sangre -es decir, contra dificultades o enemigos de orden humano, natural-, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas» (Ef. 6, 12).

Entendemos desde aquí mejor todas las expresiones que san Pablo utiliza para hablar de su acción apostólica como de un combate. Dirigiéndose a Timoteo le exhorta a soportar las fatigas «como un buen soldado de Cristo Jesús» y a competir como un atleta (2 Tim. 2, 3-5). Todos los sacrificios hechos por el Evangelio los compara a los esfuerzos y renuncias que debe realizar un deportista para alcanzar el premio (1 Cor. 9,23-27). Y cuando encare el final de su vida hará balance de ella en idénticos términos (2 Tim. 4,7).

No son simples metáforas. Tampoco se refiere con estas expresiones sólo a las fatigas producidas por sus continuas idas y venidas. Es que experimenta su tarea evangelizadora como una lucha y una conquista: un «arrasar fortalezas» y un «reducir a cautiverio todo entendimiento para que obedezca a Cristo» (2 Cor. 10,4-5). Una lucha porque encuentra resistencias («sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios»). Una lucha porque los hombres no están bien dispuestos a recibir humildemente la salvación que viene de Cristo, sino que -instigados por Satanás- se yerguen en su soberbia, en su pretensión de «ser como dioses» (Gen. 3,4-5).

Podemos decir que la vida del apóstol es un combate continuo a favor de los que le han sido confiados (Col.2, 1). Unas veces serán los errores doctrinales, otras veces las debilidades morales de sus cristianos, otras la persecución abierta... Lo cierto es que el apóstol vive en lucha permanente con las fuerzas del mal. Y en esa lucha empeñará su misma vida.

miércoles, noviembre 3

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Prisionero del Espíritu» (He. 20,22)

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«Prisionero del Espíritu» (He. 20,22)

En las cartas de San Pablo encontramos muy resaltada la acción del Espíritu Santo. Para él, el don del Espíritu es uno de los aspectos más profundos de la novedad traída por Cristo. Pues con la acción interior y transformante del Espíritu se instaura la nueva alianza anunciada por los profetas (Jer. 31,31-34; Ez. 36,25-28): frente a la antigua economía, basada en una ley externa, que fracasó porque el hombre estaba interiormente herido por el pecado, la nueva economía consiste esencialmente en el don del Espíritu que renueva al hombre por dentro y le hace capaz de cumplir la voluntad de Dios. (cf. Rom. 8,1-4).

San Pablo no hace, sin embargo, muchas referencias al Espíritu en relación con la acción apostólica. Pero sí encontramos al menos explicitada la conciencia de ser ministro de esta nueva alianza, que consiste no en la letra, sino en el Espíritu (2 Cor. 3,6). Él comprueba que la misión de cualquiera de los ministros de esta nueva alianza es incomparablemente superior a la de Moisés (2 Cor. 3,7-8): este, en efecto, fue instrumento de Dios para grabar su ley en tablas de piedra, mientras que el apóstol cristiano es colaborador de Dios para que la voluntad de Dios quede inscrita en el corazón de cada hombre mediante la acción de Espíritu (2 Cor. 3,3).

Por eso habla de «ministerio del Espíritu», pues toda la acción del apóstol consiste en ponerse al servicio de la acción de Espíritu para que se produzca en cada hombre esa maravillosa transformación interior que hará de él una «criatura nueva» (2 Cor.5,17).En efecto, mientras la pura letra «mata» -pues enseña lo que hay que cumplir, pero no da la fuerza para cumplirlo-, «el Espíritu vivifica» -al infundir interiormente la vida que renueva al hombre-. Y la misión del apóstol no es otra que estar al servicio de ese continuo pentecostés a favor de cada hombre a quien se anuncia el Evangelio (cf. He. 19,6).

De igual modo, acudiendo a los Hechos de los Apóstoles, vemos a un Pablo que en el cumplimiento de su misión ha procurado secundar dócilmente los impulsos del Espíritu.

En He. 16,6-7, con ocasión de su segundo viaje misionero, leemos estas misteriosas palabras: «atravesaron Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les había impedido predicar la Palabra en Asia. Estando ya cerca de Misia, intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se lo consintió el Espíritu de Jesús». Y a continuación se nos narra la visión que tuvo Pablo en la que un macedonio les pedía ayuda: de ese modo evangelizan Filipos y el Evangelio entra triunfalmente en Europa.

No sabemos exactamente a qué se refieren las expresiones anteriores. Pero lo cierto es que, ya se traten de circunstancias exteriores o de inspiraciones interiores, Pablo ha entendido que ahí había una pauta que marcaba el Espíritu y la ha secundado inmediatamente.

Esto llama profundamente la atención. Pablo tiene un plan («intentaron dirigirse a Bitinia», como antes habían intentado dirigirse a Asia, probablemente a Efeso); sin embargo, no se empeña en él, sino que está abierto a los signos que son portadores de la voz -y por tanto del impulso- del Espíritu.

Consciente de que estaba al servicio de un grandioso y misterioso plan de salvación que le desbordaba, Pablo entendía que había que dejar obrar a Dios. Siendo la obra de salvación de los hombres una obra de Dios, no se llevaría a término por medios o sistemas predeterminados por la mente humana, sino que permanecería siempre como iniciativa de Dios. Dios actuaba libremente en la historia a través de acontecimientos y mediaciones humanas, y su apóstol -como colaborador de Dios- debía estar atento a esa acción de Dios para secundarla inmediatamente. La acción de Dios iba siempre por delante. Sólo cuando «Dios abría una puerta a la Palabra» (Col. 4,3) el apóstol podía entrar. Inútil querer entrar cuando Dios cerraba una puerta o se reservaba otra ocasión para abrirla (cf. Ap. 3,7).

Del mismo modo, vemos que Pablo cuando se dirige a Jerusalén, donde va a ser encarcelado, obra «encadenado por el Espíritu» (He. 20, 22); aunque el mismo Espíritu le asegura que le esperan «cárceles y luchas» (v. 23), no se le ocurre ni por un momento escaparse de esas cadenas del Espíritu, teniendo la certeza de que con ello cumple un plan de Dios.

Y lo mismo que él había iniciado su labor evangelizadora bajo el influjo y con la fuerza del Espíritu (He. 13, 2-4; así la había comenzado el propio Jesús: Lc. 4,14 ss.), en el ocaso de su vida recomendará a su discípulo Timoteo que reavive el carisma que le fue conferido y que le hace instrumento del Espíritu que es «energía, amor y buen juicio» y que le fortalece para dar testimonio de Cristo sin avergonzarse y para soportar los sufrimientos que acarree la predicación del Evangelio (2Tim. 1, 6-8).

martes, noviembre 2

:«Como antorchas en el mundo» (Fil. 2,15)

«Como antorchas en el mundo» (Fil. 2,15)

Sin embargo, san Pablo era consciente de que el Evangelio no podía ser testimoniado eficazmente de manera individual. Sólo una comunidad transfigurada por Cristo se constituía en signo creíble del Evangelio.

De hecho, en alguno de los textos en que Pablo pide que le imiten, añade: «y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros» (Fil. 3,17). No sólo él, no sólo sus compañeros de apostolado, sino la comunidad misma se ha convertido en punto de referencia para quien quiera vivir según Cristo.

Siguiendo la enseñanza del propio Jesús, que había proclamado: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt. 5,14-16; «vosotros» quiere decir la comunidad cristiana, la Iglesia), también Pablo exhorta a sus discípulos a vivir como «hijos de la luz» (Ef. 5,8ss; 1 Tes. 5,4ss); los que antes eran «tinieblas» ahora son «luz en el Señor»: en consecuencia deben vivir como luz, rechazando toda tiniebla de vida pagana o pecaminosa.

En Fil. 2,14-16 se presenta esta vida nueva, este vivir como hijos de la luz, en conexión directa con la evangelización. «En medio de una generación tortuosa y perversa», Pablo exhorta a los Filipenses a ser «irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha»; de ese modo brillarán «como antorchas -o «astros»- en el mundo» y presentarán a ese mundo corrompido «la Palabra de vida». Con su vida santa la comunidad cristiana presenta eficazmente la Palabra creadora de vida.

Esta es la razón por la que Pablo insiste junto al anuncio de Cristo, en la presentación de la moral cristiana. Cristo se ha entregado para hacer de nosotros «criaturas nuevas» (2 Cor. 5,17), y sólo una comunidad verdaderamente nueva es signo elocuente de Cristo.

Ya en el A.T. los profetas habían denunciado que el pueblo de Israel había profanado el santo nombre de Yahveh con su conducta abominable delante de las naciones vecinas (Ez. 20,39; 36,20; 43,8). Y este riesgo sigue existiendo también para el nuevo pueblo de Dios. Sin embargo, su vocación propia es precisamente la contraria: disipar con la luz de Cristo, hecha carne en la propia existencia, las tinieblas del pecado que acosan al mundo.

Cristo ha venido como «primogénito de muchos hermanos» (Rom. 8,23-24), suscitando así una comunidad fraterna (120 veces usa San Pablo en sus cartas la palabra «hermano»). San Pablo procura que este espíritu fraternal se manifieste en las comunidades en el interés y la responsabilidad de unos por otros, en el perdón mutuo, en la exhortación, el estímulo y el consuelo de los demás, en el llevar los unos las cargas de los otros...El sabía que este espíritu fraternal constituiría el mejor argumento apologético a favor del Evangelio.

Frente a los grandes vicios del paganismo, que Pablo describe tan al vivo (p. ej. Rom. 1,24-32), busca la santidad moral de sus cristianos como «imitadores de Dios» (Ef. 5, 1) y de Cristo (Fil. 2,5; 1 Tes 1,6). Todas las cartas contienen -en mayor o menor amplitud- esta exhortación a una vida moral santa; no sólo a evitar el pecado, sino a vivir «todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio» (Fil. 4,8). Y cuando tiene noticia de algún desorden grave en alguna comunidad, interviene inmediatamente (1 Cor. 5 y 6; 2 Tes. 3,6-15).

Particularmente insistirá en la caridad, como resumen de la ley (Rom. 13, 8-10). Pues sabe que es el amor -especialmente el amor al enemigo- la única fuerza capaz de cambiar el mundo, pues el mal sólo puede ser vencido con el bien (Rom. 12,14-21).

Y se manifestará radiante de gozo al comprobar que el testimonio de una comunidad ha sido decisivo para la difusión del Evangelio. Así, escribirá a los de Tesalónica: «Os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones. De esta manera os habéis convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la Palabra del Señor y vuestra fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes, de manera que nada nos queda por decir...» (1 Tes. 1,6-8).

Dios nos quiere “santos”: ¿Hoy es posible serlo?

Encuentros

Vitamina energizante n.6

Dios nos quiere “santos”:

¿Hoy es posible serlo?

En Noviembre, mes de los “santos” comunes, reflexionamos sobre un tema crucial: el de la santidad de la vida diaria. El Concilio nos ha recordado que “todos” estamos llamados a la santidad. Y hoy, tiempos difíciles, se está dando un florecimiento extraordinario que debe animarnos. Nos limitamos a señalar algunos conocidos y otros menos. Y comienzo con cinco argentinos: el heroico cura Brochero y el cardenal Eduardo Pironio; un ingeniero laico consagrado, Isidoro Zorzano y un empresario casado, Enrique Shaw; éste se preguntaba, con frecuencia: "¿Qué haría Cristo en mi lugar?; y una madre de familia Focolarina, Cecilia Perrin: los cinco camino de los altares. Y no podemos olvidar a los “beatos” Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá, ambos frutos de la espiritualidad salesiana. Dos pontífices: Beato Juan XXIII, el “papa bueno”, y Juan Pablo II, el “papa grande”. Tres médicos famosos: el italiano Giuseppe Moscati, el venezolano José Gregorio Hernández, y una mujer ya canonizada, la doctora Gianna Beretta Molla. Y una letanía de apóstoles de la caridad: san Alberto Hurtado, la beata Madre Teresa de Calcuta; Padre Kentenich y dos discípulos suyos de Chile: Mario Hiriat ingeniero y Bárbara Kast: “tabernáculo de Dios”… Y, a pesar de lo mal que se dice de los políticos, presentamos tres de ellos, siervos de Dios, Padres de la Unión Europea: Schuman, De Gasperi y Conrad Adenauer… los tres cristianos modelos, testigos de cómo se construye cristianamente la paz entre los pueblos. Y un alcalde santo de renombre mundial: Giorgio La Pira. Mártires como Edith Stein y Monseñor Romero: culpables de defender, hasta entregar su vida,

los derechos humanos y la justicia. Caso a parte Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares y apóstol de la unidad; la recién beatificada: Chiara Luce Badano, focolarina; Igino Giordani: escritor, político, perseguido, focolarino…y ahora siervo de Dios. Y la sorpresa de Juan Pablo II: beatificar la primera pareja de esposos cristianos: Luigi y María Corsini Beltrame Quattrocchi. Y, en tiempo de comunicación social, no podían faltar un periodista: beato Manuel Lozano Garrido; y el beato Alberione, fundador de la Familia Paulina, dedicada a difundir el Evangelio con los medios de comunicación. Y, como broche de oro, la glorificación de los niños de Fátima- Francisco y Jacinta -, símbolo de transparencia y pureza, en un mundo que ha enlodado y explotado a la infancia como nunca… Y la letanía no termina aquí, porque hay (¡y muchos!) santos de toda clase y de toda edad.

¿Qué es entonces la santidad? Hoy la celebramos en su multitud anónima, pero como hemos visto, tiene rostros y nombres y, a ellos, podemos añadir a los miembros de nuestras familias y comunidades, que vivieron en serio su bautismo y que, de las bienaventuranzas evangélicas, hicieron un camino hacia Dios y los hermanos… Así “la santidad viene a ser la vida cristiana vivida en plenitud y la perfección del amor en la vida ordinaria” (p.B.)

Nos han escrito…

Gracias a cuantos nos han estimulado, con sus escritos, para continuar y mejorar nuestro trabajo. Dios buen Padre los bendiga. Citamos algunos: Mons. Camilo Vial, Obispo, Chile; E. Tau. (Argentina), Hna. Giovanna (Italia); Hna. Nubia (Colombia; Hna. Y. Melgareco (Argentina), Alberto y Marta O.,(Argentina), M. Arteaga (Chile), I. y R. Acevedo (Chile), Y. Candia (Chile), M. R. Alfaro (Chile), L. Olmos (Argentina) M. Gensen (Venezuela), L. Chacón (Venezuela), R. Herrera (Brasil)… Uno por todos: Querido Padre Benito: le agradecemos por el correo de Encuentros Energizantes, como lo es lo referente a la joven Chiara que ha sido beatificada, que es un ejemplo de su entrega total a Dios. Así también la del empresario Enrique Shaw, cuya generosidad y humildad es digno de imitar, un verdadero cristiano en toda su dimensión. M. A. Olmos Garzón (Argentina). A todos: ¡gracias!

Este es..

... un espacio para peregrinar a través de las Cartas de San Pablo, un lugar para reflexionar, compartir, y disfrutar de La Palabra a través de su gesta como el Apóstol de las Gentes. Una oportunidad más para conocer a Pablo de Tarso, misionar con él y llevar la Palabra de Jesús Resucitado.