«Sois una carta de Cristo» (2 Cor. 3,3)
Todo esto lo expresa San Pablo de una manera maravillosa sirviéndose de una imagen bellísima (2 Cor. 3,1-6).
En polémica con los falsos apóstoles que andan presentando o pidiendo cartas de recomendación, Pablo les dice a los corintios que él no necesita ese tipo de cartas, pues ellos mismos son su carta: una comunidad transformada por el Evangelio es la mejor prueba de la autenticidad de su apostolado (cf. 1 Cor. 9, 1-2).
Sin embargo, inmediatamente después de decir: «vosotros sois nuestra carta», matiza afirmando: «sois una carta de Cristo». Evidentemente, él sabe muy bien que no es en absoluto el principal agente de la transformación operada en los corintios; ha sido Cristo mismo quien la ha realizado, aunque -eso sí- con su colaboración («redactada por ministerio nuestro»).
Ahora bien, la colaboración de Pablo con Cristo ha sido la de servir de instrumento a la acción del Espíritu: mediante su ministerio, la acción del Espíritu ha ido escribiendo «en el corazón» de los corintios esa carta; ha realizado esa transformación profunda que ahora se manifiesta al exterior y puede ser «conocida y leída por todos los hombres».
En estos versículos no se habla explícitamente de la predicación, pero todo el contexto demuestra claramente que el «ministerio» de que se habla es precisamente el anuncio del Evangelio.
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