Un lugar para caminar con San Pablo... para llevar a Cristo a cada persona en cada paso... un espacio para peregrinar a través de las Cartas de San Pablo, un lugar para reflexionar, compartir, y disfrutar de La Palabra a través de su gesta como el Apóstol de las Gentes. Una oportunidad más para conocer a Pablo de Tarso, misionar con él y llevar la Palabra de Jesús Resucitado.

jueves, diciembre 30

Pablo Apóstol: Un trabajador que anuncia el Evangelio por Carlos Mesters PRIMER PERIODO DE LA VIDA DE PABLO


PRIMER PERÍODO

El judío practicante
Desde el nacimiento, a los 28 años de edad


La Biblia informa muy poco sobre este período, el más largo de la vida de Pablo. La mayor parte de las informaciones usadas para la composición de este capítulo fue sacada de los otros escritos de la época, tanto judíos como griegos y romanos.


1. Lugar y ambiente en el que Pablo creció y se crió

Pablo nació en Tarso, en la región de Cilicia, Asia Menor, actual Turquía (Hch 9,11; 21,39; 22,33; cf. 9,30; 11,25). Ciudad bonita, grande; según los cálculos de algunos estudiosos, tenía alrededor de 300.000 habitantes. Mucha gente, calles estrechas, casas pequeñas, vida apretada, mucho ruido. Hacia el sur, la ciudad se abría al mar Mediterráneo; al Norte, se extendía al pie de unos cerros que se elevaban hasta los 3.000 metros de altura. Tarso era un centro importante de cultura y comercio. Poseía un puerto muy activo. La calzada romana, que unía Oriente y Occidente, pasaba por allí.

¿Cómo es que Pablo, siendo judío, pudo nacer en una ciudad griega de Asia Menor? De la misma forma que los nordestinos del Brasil nacen en San Pablo! Desde el siglo sexto antes de Cristo, hubo mucha emigración de judíos fuera de Palestina. En casi todas las ciudades del Imperio Romano, había barrios judíos, cada uno con su sinagoga y organización comunitaria. Constituían así, la llamada ‘diáspora’ (dispersión).

Existía una comunicación muy intensa entre Jerusalén y la diáspora; romerías, visitas, promesas, estudio... Jerusalén era el centro espiritual de todos los judíos. Así se entiende cómo Pablo, nacido en Tarso, creció en Jerusalén (Hch 22,3; 26,4-5; cf. 23,16). El mismo decía: “Todos los judíos saben cómo fue mi vida desde la juventud y cómo desde el inicio viví en medio del Pueblo y en Jerusalén” (Hch 26,4).

Nacido en el seno de una familia judía, Pablo se crió en las exigencias de la Ley de Dios y de las “tradiciones paternas” (Gál 1,14). Los judíos de la diáspora eran judíos practicantes. Su mayor preocupación era la observancia de la Ley de Dios. Por eso luchaban contra aquellas leyes y costumbres del Imperio Romano que dificultaban o impedían la observancia de la Ley de Dios; por ejemplo: prestar culto al emperador, trabajar en día de sábado, prestar servicio militar. De este modo conservaban viva la obligación de ser “la nación consagrada, propiedad particular” de Dios (cf. Ex 19,3-8) y se mantenían “separados”, diferentes de los demás pueblos (cf. Esd. 10,11; Esd. 9,1-2). Por esa razón eran hostilizados y perseguidos (cf. Hch 18,2). Pero cargaban ‘la cruz de la diferencia’ como expresión de la voluntad de Dios.

Pablo nació y creció en ese ambiente protegido y rígido del barrio judío. Desde allí observaba el ambiente abierto y hostil de la gran ciudad griega. Estos dos ambientes marcaron su vida. El poseía dos nombres, uno para cada ambiente: ‘Saulo’, el nombre judío (Hch 7,58), y Pablo, el nombre griego (Hch 13,9). El prefiere y firma Pablo. Dios le llama Saulo (Hch 9,4).

2. ¡Juventud y formación!

Como todos los niños judíos de la época, Pablo recibió su formación básica en la casa paterna, en la sinagoga del barrio, en la escuela adjunta a la sinagoga. La formación básica comprendía: aprender a leer y a escribir; estudiar la Ley de Dios y la historia del pueblo; asimilar las tradiciones religiosas; aprender las oraciones, sobre todo los salmos. El método era: preguntas y respuestas; repetir, aprender de memoria; disciplina y convivencia.

Además de la formación básica en Tarso, Pablo recibió una formación superior en Jerusalén. Estudió a los pies de Gamaliel (Hch 22,3). Ese estudio comprendía las siguientes materias:

1. La Ley de Dios, llamada Torá: Comprendía los cinco primeros libros de la Biblia (el Pentateuco). El estudio se hacía a través de lecturas frecuentes hasta aprenderlo todo de memoria.

2. La tradición de los antiguos: Actualizaba la Ley de Dios para el pueblo. Tenía dos partes que ellos llamaban en su lengua, Halaká y Hagadá.

• La ‘Halaká’ enseñaba cómo vivir la vida de acuerdo con la Ley de Dios. Comprendía las costumbres y las leyes complementarias, reconocidas como tales por las autoridades competentes... Había la Halaká de los fariseos, la más estricta, y la de los saduceos. Pablo se formó en la Tradición de los Fariseos (Flp 3,5; Hch 26,5)

• La ‘Hagadá’ enseñaba cómo leer la vida a la luz de la Ley de Dios. No tenía aprobación oficial de las autoridades. Era más libre. Comprendía las historias de la Biblia. Esta manera de recordar y leer la historia antigua ayudaba al alumno a leer su propia historia y a descubrir en ella las llamadas de Dios.

3. La interpretación de la Biblia: llamada Midrash. Midrash significaba ‘búsqueda’. Enseñaba las reglas y la manera de buscar el sentido de la Sagrada Escritura para la vida del pueblo y de las personas. Es decir, enseñaba a descubrir que la ventana del texto, por donde se ve el pasado del pueblo, es también el espejo donde se ve el hoy del mismo pueblo.

La lectura de la Biblia era el eje de la formación. Marcaba la piedad del pueblo. “Desde niño” (2Tm 3,15), los judíos aprendían la Biblia. Era sobre todo la madre, en casa, quien cuidaba de transmitirla a los hijos (2Tm 1,5 y 3,14). Así, desde pequeño, Pablo aprendió que “toda Escritura es inspirada por Dios y útil para instruir, para refutar, corregir, educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, apto para toda buena obra” (2Tm 3,16-17; cf. Rom 15,4; 1Cor 10,6-11). En esta práctica del pueblo judío está el origen de la “lectura orante” que hoy hacemos de la Biblia.

Mientras Pablo estudiaba en Jerusalén, vivía en Nazaret otro joven, llamado “Jesús”. Era pobre. No tuvo condiciones de estudiar en Jerusalén. Para sobrevivir, trabajaba en el campo y en la carpintería. Pablo y Jesús, al parecer nunca se encontraron durante la vida (cf. 2Cor 5,16). Jesús era cinco u ocho años mayor que Pablo. Los dos debieron recibir la misma formación básica en casa, en la sinagoga y en la escuela anexa a la sinagoga.

Pablo es de la ciudad. Jesús era del campo, del interior. Las comparaciones de Jesús son casi todas del mundo rural: simiente, campo, flores... Las comparaciones de Pablo vienen del ambiente de la gran ciudad que marcó su vida. Pablo a lo mejor no entendía mucho de labranza y de plantas, pero entendía de juegos urbanos. Una ciudad del tamaño de Tarso tenía su estadio de deportes, donde, cada cuatro años, se organizaban juegos de atletismo: carreras, luchas, lanzamiento de disco, tiro al blanco, etc. De joven, Pablo debió ser aficionado a los juegos en el estadio. Pues, de adulto, todavía se acuerda de ellos y los usa para comparar las exigencias del Evangelio: ganar la corona (1Cor 9,25), alcanzar la meta (Flp 3,12-14), conseguir el premio (1Cor 9,24), luchar sin dar golpes en el vacío (1Cor 9,26), correr en la dirección debida (1Cor 9,26; cf. Gál 2,2; 5,7; Flp 2,16). Habla de combate (2Tm 4,7) y pelea (1Cor 9,26). Conoce el esfuerzo y la disciplina de los atletas (1Cor 9,25).


3. Profesión y clase social

Pablo era fabricante de lonas (Hch 18,3). Según las costumbres de la época debió aprender la profesión de su propio padre. Tal aprendizaje empezaba a los trece años de edad y duraba dos o tres años. El aprendiz trabajaba de sol a sol y obedecía a una disciplina rígida. Aprendía la profesión para tener un medio de vida como trabajador o para suceder al padre en la administración de los negocios. Esto dependía del tamaño de la fortuna del padre. ¿Cuál era la fortuna del padre de Pablo?

Pablo se enorgullecía al decir que era “ciudadano romano” (Hch 16,37; 22,25), pues tenía ese derecho de “nacimiento” (Hch 22,29), es decir, lo recibió del padre. Esto significaba que el padre o el abuelo de Pablo consiguió adoptar la ciudadanía romana, hasta el punto de poder legarla a los hijos. Esto suponía una “gran suma de dinero” (Hch 22,28). Algunos estudiosos llegan a la conclusión de que el padre debía ser dueño de una oficina con empleados. Por eso es probable que Pablo aprendiera la profesión, no tanto para tener un medio de vida como trabajador, sino sobre todo, para administrar la oficina del padre, como propietario.

Como ‘ciudadano’, Pablo era miembro oficial de la ciudad (polis) y podía participar en la asamblea del ‘pueblo’, en la que se discutía y se decidía todo cuanto se relacionaba con la vida y la organización de la ‘polis’ (ciudad). De ahí deriva la palabra ‘política’. En aquel tiempo las ciudades tenían mucho más autonomía que hoy. La sociedad tenía tres clases básicas: ciudadanos, libertos y esclavos. Solamente los ‘ciudadanos’ eran considerados ‘pueblo’ y sólo ellos podían participar en las asambleas. Los esclavos, los libertos y extranjeros eran excluidos de toda participación. Los griegos llamaban a ese sistema ‘demo’ (pueblo) - ‘cracia’ (gobierno). En realidad, no era “gobierno del pueblo”. Era solamente gobierno de la pequeña elite de los ‘ciudadanos’.

Al interior del Imperio Romano, en la mayor parte de las grandes ciudades, los judíos vivían organizados en asociaciones, reconocidas por los gobiernos de las ciudades. Estas asociaciones (llamadas ‘politeuma’) poseían cierta autonomía. A través de ellas, los judíos luchaban para hacer valer sus derechos ante el gobierno del Imperio. La mayor lucha de las asociaciones de los judíos de la diáspora se centraba, sobre todo, en torno a dos objetivos:
1. Plena integración de sus miembros como ‘ciudadanos’ en la vida de la ciudad: así tendrían derecho a estar exentos de determinadas tasas e impuestos.
2. Plena libertad religiosa: así podrían observar la Ley de Dios y las “tradiciones paternas”.

Consiguieron buenos resultados en aquella lucha desde los tiempos de Julio César (entre el año 47 y el 44 antes de Cristo). Se entiende así por qué los judíos de la diáspora no sentían tanto el peso del domino romano. Estos no eran tan explotados como los agricultores del interior de Palestina. Incluso tenían ciertos privilegios. Esto explica, en parte, por qué Pablo no hacía una oposición directa al Imperio. Llegó incluso a pedir que “todo ser humano se someta a las autoridades constituidas” (Rom 13,1).

No tenemos noticia de cómo el ‘ciudadano’ Pablo de Tarso participaba en la vida política de su ciudad o en las asociaciones de los judíos. Pero sabemos que participaba activamente en la vida de su comunidad. Tenía cualidades de líder; fue testigo oficial de la ejecución de Esteban (Hch 7,58); fue emisario del Sanedrín para Damasco (Hch 9,2; 22,5; 26,12). Algunos estudiosos creen que llegó a ser miembro del Sanedrín, es decir, del Supremo Tribunal de la comunidad judía en Jerusalén.

Ciudadano romano, ciudadano de Tarso (Hch 21,39), alumno de Gamaliel; formación superior, líder nato, miembro activo de la comunidad; probablemente preparado para hacerse cargo de la oficina de su padre: todos estos títulos y cualidades sitúan a Pablo entre la élite de la sociedad; tanto por su formación como por los bienes que poseía y por su liderazgo. Pablo tenía ante sí un futuro prometedor y la posibilidad de una carrera brillante. Pero la entrada de Jesús en su vida modificó esa situación ventajosa. Lo que era ganancia, se volvió pérdida (Flp 3,7). Por Cristo perdió todo. El mismo dirá más tarde “Por su causa perdí todo, y considero todo como basura, a fin de ganar a Cristo y estar con El” (Flp 3,8).


4. El ideal del judío practicante

Pablo siempre fue un hombre profundamente religioso, judío practicante, irreprensible en la más estricta observancia de la Ley (Flp 3,6; Hch 22,3), “lleno de celo por las tradiciones paternas” (Gál 1,14). Para defender esas tradiciones, llegó a perseguir a los cristianos (Hch 26,9-11; Gál 1,13). En una palabra, Pablo procuraba realizar el ideal de la religión de sus padres. ¿Cuál era ese ideal?

En el origen del pueblo judío está la ‘Alianza’. En la Alianza hay dos aspectos que se complementan. El primero: Dios, en su bondad, toma iniciativa de la Alianza y, sin mérito alguno por parte del pueblo, lo acoge y justifica (Ex 19,4; Dt 7,7-8; 4,32-38; 8,17-18; Rom 3,21-26; 5,7-11). Es la ‘gratuidad’. El segundo: una vez aceptada la propuesta de Dios, el pueblo tiene que cumplir las cláusulas de la Alianza para poder realizar la justicia (Ex 19-5,6; Dt 39-40; 5,15; 6,25; Rom 6,12-18; Gál 5,13-15). Es la ‘observancia’ ¡Gratuidad y observancia! (Dos lados de la misma medalla, hasta hoy; don de Dios y esfuerzo nuestro; providencia divina y eficiencia humana; fe y política; fiesta y lucha; soñar y planificar). Un lado sólo, sin el otro, daría una Alianza incompleta. En algunas épocas de la historia, se insistía más en la ‘gratuidad’: “Dios hace todo”. Y a veces el pueblo caía en un ritualismo vacío sin compromiso. En otras épocas, se insistía más en la ‘observancia’: tenemos que cumplir la Ley”, y a veces se caía en un legalismo exagerado (cf. Mt 12,7; 5,17-20).

En el tiempo de Pablo, el acento caía en la observancia. Aquel ideal de la observancia, que venía marcando la vida del pueblo, ya desde la reforma de Esdras, en el 398 antes de Cristo (Neh 8,1-18; 10,29-30), poco a poco iba desviándose. La ‘observancia’ ya no dejaba espacio a la ‘gratuidad’: se olvidaban de la misericordia (cf. Mt 9,13). La relación con Dios se volvió un comercio: ‘Yo doy algo a Dios para que El me pague. Si observo toda la Ley, puedo exigirle a Dios que me dé la recompensa prometida y merecida’. Así, cuanto más estricta la observancia, tanto más garantizada la conquista de la justicia! Por eso, a lo largo de los siglos, surgieron varios movimientos reformistas que apuntaban hacia una observancia cada vez más estricta: recabitas, hassidim, fariseos, esenios, zelotes... Pablo pertenecía al grupo de los fariseos (Flp 3,5).

En la práctica, sin embargo, Pablo experimentaba en sí mismo una contradicción: “Está en mí el querer el bien, pero no soy capaz de hacerlo. No hago el bien que quiero, y sí el mal que no quiero” (Rom 7,18-19). A pesar de todo su esfuerzo, Pablo no era capaz de cumplir la Ley de Dios y alcanzar la justicia-santidad (cf. Rom 7,14-24). Pedro decía lo mismo: “La observancia de la Ley es un peso que ni nuestros padres, ni nosotros, pudimos soportar” (Hch 15,10). Pero aún así, a pesar de esta experiencia dolorosa de la propia debilidad, los judíos continuaban luchando para alcanzar el ideal. Esperaban poder superar algún día la propia debilidad, llegar a la observancia perfecta de la Ley y, así alcanzar la justicia-santidad. Justo, o sea santo, era el que había conseguido llegar hasta el lugar en que Dios lo quería. San José era “un justo” (Mt 1,19).

Ese ideal fue el que animó a Pablo durante los primeros 28 años de su vida (Flp 3,5-6). Pero llegó el momento en que descubrió que el ideal de la observancia no era capaz de llevarle hasta Dios. No era suficiente para conquistar la santidad. Fue éste el momento de la gran crisis.

lunes, diciembre 27

Encuentros Vitaminas energizantes n. 10. Testigos de vida

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A los amigos de “Encuentros”: “Feliz Año Nuevo y provechosas vacaciones. Dios los bendiga.

También los “periodistas” van al Cielo

Manuel Lozano “Lolo”: el primer periodista “santo”

Periodistas y prensa hoy no tienen “¡buena prensa!”, pues, a los detentores del poder no les gusta que les saquen los trapos al sol. De allí que, cada año, pasan de los 30 los periodistas asesinados, pos distintos motivos. Ante este cuadro sombrío, nos reconforta la “beatificación” de Manuel Lozano Garrido, más conocido como “Lolo”, que viene a ser el primer periodista laico, elevado a los honores de los altares: ejemplo luminoso y estimulante para todos los periodistas que sirven a la verdad y sufren por ella.

Nacido en Linares, España, en 1920, a los 22 años Lolo, joven de la Acción Católica, comenzó a sufrir una enfermedad que en un año le provocaría una parálisis total, obligándole a vivir 32 años en silla de ruedas y en sus 9 últimos además quedó ciego. Falleció el 3 de noviembre de 1971.

La fuerza de Cristo se revela en la debilidad.- "El Papa ve en este ejemplo laico español un infatigable apóstol que aceptó la parálisis y la ceguera con espíritu sereno y dichoso. Como escritor y periodista propagó las verdades evangélicas, sosteniendo la fe de su prójimo, con la oración, con el amor a la Eucaristía y su filial devoción a la Virgen". Realmente sacaba fuerza de flaqueza. Significativo lo que escribe, pensando que la iglesia está muy cerca de su casa: “Mientras trabajo y duermo, Cristo permanece junto a mí, apenas a uno veinte metros de distancia”.

Comunicador a cómo dé. -"Su cuerpo se convirtió en un amasijo retorcido de huesos doloridos; pero nunca se quejó ni habló de sí mismo, sin embargo, cuando pierde el movimiento de la mano derecha, aprende a escribir con la izquierda, cuando también la izquierda se paraliza, dicta aun magnetófono y así se convierte en escritor y periodista incansable desde su silla de ruedas",

A pesar de la parálisis, escribió para el diario "Ya", las revistas "Telva" y "Vida Nueva" y la agencia "Prensa Asociada", así como 9 libros, cuentos, poesías, ensayos, que le llevaron a ganar distintos premios.

Algunos de sus pensamientos, - Decía de su enfermedad: “Vivo mi inutilidad como una cosa normal, como es normal ser rubio o tener la vocación de obrero”. En su “decálogo del periodista” pescamos esta perla: “Cuando escribas lo has de hacer de rodillas para amar”. Y “Recuerda que no has nacido para la prensa sensacionalista….sirve mejor el buen bocado de la vida limpia y esperanzadora, como es”.

“Sólo por hoy”: un programa posible

Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.


Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé mejorar o disculpar a nadie, sino a mí mismo.

Sólo por hoy seré feliz, en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en este también…

Sólo por hoy dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie. ..

Sólo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpla cabalmente, pero lo redactaré, y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

Sólo por hoy creeré firmemente -aunque las circunstancias demuestren lo contrario- que la buena providencia de Dios se ocupa de mi corno si nadie existiera en el mundo.

Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad. Puedo hacer el bien durante doce horas. Lo que me descorazonaría sería pensar tener que hacerlo durante toda mi vida. Papa JUAN XXIII (1958-1963)

Ref.:

Difúndalo entre tus amistades

lunes, diciembre 20

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Lo que no se ve es eterno» (2 Cor. 4,18)

Conclusión

«Lo que no se ve es eterno» (2 Cor. 4,18)

Contemplando la acción apostólica de Pablo hemos asistido a sus luchas y dificultades, a sus triunfos y tropiezos. A cada paso el avance del Evangelio encuentra nuevas trabas. Parece que nunca hubiera nada definitivamente consolidado. Cuando todo parece marchar con éxito surge la persecución por parte de los enemigos del Evangelio, o salta un error doctrinal que vacía el mensaje en su misma esencia, o aparecen debilidades morales en una comunidad que están a punto de dar al traste con todo... De vez en cuando le sorprendemos expresiones como esta: «me hacéis temer no haya sido en vano todo mi afán por vosotros» (Gal. 4, 11).

Sin embargo, San Pablo no se desanima. A él no le extrañan estas dificultades; más bien cuenta con ellas. No le extraña la debilidad humana, pues nadie como él conoce la fuerza del pecado en el hombre (Rom. 3, 10-18; 7,14-24). Tampoco le sorprende la persecución, hasta el punto de que llega a advertirles de antemano a los cristianos de Tesalónica acerca de ella (1 Tes. 3, 3-4).

Pero lo que sobre todo le mantiene inasequible al desaliento es la esperanza, pues como él mismo proclama con vigor, «la esperanza no defrauda» (Rom. 5, 5). Ahora bien, una característica esencial de la esperanza es la tenacidad y el aguante ante las dificultades (1 Tes. 1, 3). El que está cierto de alcanzar lo que espera soporta con paciencia las adversidades del camino. Y Pablo sabe muy bien en quién ha puesto su confianza (2 Tim. 1, 12)...

A este respecto es significativo el hecho de que la oración de Pablo por sus cristianos insiste en suplicar la gracia de que estén preparados el día de la venida última de Cristo: «para que seáis irreprensibles en el Día de Nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor. 1, 8); «lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más... para ser puros y sin tacha para el Día de Cristo» (Fil. 1,9-11); «que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5, 23)...

San Pablo no se deja engañar por las apariencias. Apoyado en la fidelidad de Dios espera alcanzar la fidelidad y perseverancia final de los que le han sido confiados. Espera que cada uno-como afirma de sí mismo- pueda alcanzar la meta final y sea coronado (2 Tim. 4, 7-8; cf. Fil.3, 12-14). Todo lo demás es relativo. Por eso no le asustan ni le desconciertan los vaivenes y vicisitudes de la historia de los hombres. Si todo ello tiene importancia es en cuanto puede condicionar la salvación eterna de cada uno...

En toda su actividad apostólica vive anclado en la fe y en la esperanza que le hacen percibir y buscar lo real y lo definitivo. No se deja engañar por apariencias, ni por logros parciales, ni por fracasos momentáneos... «No ponemos nuestros ojos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; pues lo que se ve es pasajero, mas lo que no se ve es eterno» (2Cor. 4, 18).

domingo, diciembre 12

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Todo para edificación» (1 Cor. 14,26)

«Todo para edificación» (1 Cor. 14,26)

Llama la atención que San Pablo contempla a sus cristianos como colaboradores activos y no como meros receptores pasivos. Ya hemos tenido ocasión de comprobar cómo les pide la ayuda de su oración y les insiste en que sean luz a su alrededor...

En Corinto se alojó en casa de Aquila y Priscila (He. 18,2-3) y luego los llevó consigo a Efeso, dejándolos allí mientras él se dirigía a Jerusalén; ellos instruyeron a Apolo (He. 18,25-26), y debió ser grande la alegría de Pablo al encontrar a su vuelta que la dinámica pareja había establecido ya los fundamentos de la Iglesia en Efeso; en 1 Cor. 16,19 los encontramos enviando saludos desde Efeso, donde tienen una comunidad que se reúne en su casa. Pablo les agradecerá que «expusieron sus cabezas» para salvarle (Rom. 16,3-5).

En Rom. 16 aparece una larga lista de colaboradores, hombres y mujeres, con quienes -y no sólo para quienes- Pablo trabaja; varias veces en esos versículos aparece el término «colaborador», así como la expresión «fatigarse», que en el lenguaje paulino es sinónimo de cooperar activamente en la propagación de la Iglesia. Igualmente se alude a diversos colaboradores en otros textos: 1 Cor. 16,15-17; Fil. 2,25; 4,2-3...

Detrás de esta conducta esta la convicción de Pablo de que en la Iglesia todos los miembros son necesarios (1 Cor. 12, 14-30) y de que cada uno ha de poner los dones o carismas recibidos al servicio de los demás para edificación y crecimiento de la Iglesia (1 Cor. 12, 4-7; Rom. 12, 4-8; Ef. 4,7-13). Era muy consciente de que cada cristiano ha recibido su don propio y de que sin la colaboración de todos no puede realizarse la construcción del Cuerpo de Cristo. Confiaba en el Espíritu Santo y en sus dones, consciente, a la vez, de que todos los dones no pueden encontrarse reunidos en una sola persona.

Además de procurar que cada comunidad pudiera seguir funcionando por sí misma -llegando a ser él mismo innecesario-, contaba con que cada comunidad colaborase en la irradiación del Evangelio a su alrededor; así lo había experimentado -como hemos visto- en el caso de Tesalónica (1 Tes. 1,7-8) y esperaba que debía continuar sucediendo; escribe, por ejemplo, a los de Corinto: «esperamos, mediante el progreso de vuestra fe, engrandecernos cada vez más en vosotros conforme a nuestra norma, extendiendo el Evangelio más allá de vosotros...» (2 Cor. 10,15-16).

martes, diciembre 7

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Colaboradores míos en Cristo Jesús» (Rom. 16,3)

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«Colaboradores míos en Cristo Jesús» (Rom. 16,3)

Colaborador de Dios (1 Cor. 3,9), Pablo busca a su vez colaboradores en la tarea evangelizadora. Escribiendo a los filipenses, da gracias a Dios «a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy» (Fil. 1,5); efectivamente, ellos le han apoyado sufriendo con él y como él por el Evangelio (Fil.1,29-30) y ayudándole en repetidas ocasiones con socorros materiales (Fil. 4,10-16).

Ciertamente hemos de borrar como falsa la imagen de un Pablo actuando individualmente y como francotirador. Ante todo, procura mantener y estrechar la comunicación con los demás apóstoles (Gal. 1,18; 2,1-10). Pero además vemos que funciona en equipo: normalmente iba acompañado por dos o tres colaboradores, tanto en sus viajes como en la predicación.

Vemos de hecho que el primer viaje (He. 13-14) lo emprende acompañado por Bernabé y Marcos. Lucas presenta en todo momento su obra como esfuerzo de grupo (He. 14,6-7). Cuando escribe las cartas 1ª y 2ª a los Tesalonicenses y la 2ª a los Corintios aparece unido a Silvano y Timoteo y las cartas son encabezadas por el equipo (1 Tes. 1,1; 2 Tes. 1,1; 2 Cor. 1,1) y la 1ª a los Corintios la escribe unido a Sóstenes (1 Cor 1,1). Continuamente se alude a la tarea evangelizadora como trabajo común: habla de «nuestro evangelio» (1 Tes. 1,5), de que «os predicamos el evangelio» (1 Tes. 2,2), de que «os hemos predicado» (2 Cor. 1,19).

Podemos asegurar que Pablo no fue nunca a misionar solo. Escogía colaboradores que servían como él a la causa del Evangelio. Además de los ya mencionados -Bernabé, Juan-Marcos, Silas o Silvano, Timoteo, Sóstenes-, encontramos otros nombres a lo largo de las cartas y del libro de los Hechos: Tito (Gal. 2,1; 2 Cor. 7,13; 8,16.23; 12,18), Lucas (Col. 4,14; Flm. 24; 2 Tim. 4,11), Aristarco (Col. 4,10; Flm. 24), Tíquico (Ef. 6,21; Col. 4,7), Apolo (He. 18,24-28; 1 Cor.16,12), Epafrodito (Fil. 2,25;4,18), Demas (Col.4,14; Flm. 24; 2 Tim. 4,10), Trófimo, Erasto, Sópatro, Epafras, Jesús el Justo, Artemas, Crescencio, Clemente...

Al obrar así Pablo imita el estilo del Maestro, que envió a los discípulos «de dos en dos» (Mc. 6,7). De este modo el grupo de apóstoles es un signo de la Iglesia, a la cual se invita a incorporarse (cf. He. 17,4: «se unieron a Pablo y Silas»). Más aún, ellos mismos pueden vivir una cierta vida comunitaria, a la vez que las cualidades de cada uno se complementan con las de los demás. Finalmente, el equipo apostólico sirve de escuela práctica de evangelización: (parece que el mismo Pablo se haya entrenado de la mano de Bernabé: cf. He. 9,27-28; 11,25-26).

Ante la vasta e ingente obra pendiente de realizar, Pablo siente la necesidad de implicar y enrolar a muchos en la tarea evangelizadora. Consciente de que «la mies es mucha y los obreros son pocos» (Lc. 10,2), procura suscitar colaboradores del Evangelio. Y cuando ve que se acerca el final de su vida, insiste en que otros después de él continúen difundiendo el Evangelio por el mundo: «cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces a su vez de instruir a otros» (2 Tim. 2,2).

miércoles, diciembre 1

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «No crear obstáculos al Evangelio» (1 Cor. 9,12)

12

«No crear obstáculos al Evangelio» (1 Cor. 9,12)

Con ocasión del problema de los idolotitos (1 Cor. 8), Pablo aconseja a los corintios que la caridad hacia los hermanos «débiles» debe sobreponerse a la libertad particular de cada uno, y les propone que deben estar dispuestos a renunciar incluso a los propios derechos cuando está en juego el bien de un hermano.

Para ello no duda en ponerse a sí mismo como modelo (1 Cor. 9), con lo que esta circunstancia de la comunidad de Corinto nos ofrece la oportunidad de conocer un rasgo precioso del alma de Pablo: consagrado por entero al anuncio y difusión del Evangelio, todo lo subordina a este fin supremo; de este modo, renuncia al uso de sus propios derechos «para no crear obstáculo alguno al Evangelio de Cristo» (1 Cor. 9,12).

Particularmente, Pablo ha renunciado al derecho a «vivir del Evangelio». Desde luego, él conoce las palabras de Jesús acerca de que «el obrero merece su sustento» (Mt. 10,10; cf. 1 Cor. 9,14); sabe que el que se dedica al anuncio del Evangelio debe poder quedar libre de otras ocupaciones y preocupaciones y tiene derecho a recibir el alimento de cada día de aquellos a quienes sirve...

Sin embargo, una constante de su estilo apostólico ha sido el renunciar a este derecho (1 Cor. 9,15). Ha preferido trabajar «día y noche, con fatiga y cansancio, para no ser una carga para ninguno» (2 Tes. 3,8); además del peso de las fatigas apostólicas ha cargado sobre sus hombros la fatiga de ganarse el pan de cada día para sí y para sus compañeros (He. 20,34); trabajando como tejedor de tiendas (He. 18,3), ha preferido «no ser gravoso a nadie» (1 Tes. 2,9).

De este modo ha testimoniado nítidamente su más absoluto desprendimiento (He. 20,33). En un mundo en que no era infrecuente la aparición de predicadores de religiones extranjeras en busca de ganancias materiales (cf. 2 Cor. 2,17), Pablo quiere dejar muy clara la gratuidad del Evangelio. Puesto que la salvación otorgada por Dios en Jesucristo es gratuita (Rom. 3,24), Pablo quiere manifestar esta gratuidad en todo el estilo de su obrar apostólico.

A los corintios les recalcará que esta norma de su actuación la seguirá manteniendo como timbre de gloria (2 Cor. 11,9-11). Y eso no porque no los ame, sino todo lo contrario: porque está convencido de que el peso debe llevarlo el padre y no los hijos y porque no le interesan sus cosas sino ellos mismos, Pablo se muestra dispuesto a gastar lo que haga falta y a desgastarse él mismo en favor de sus amados corintios (2 Cor. 12,14-15).

Y cuando agradezca a los filipenses las ayudas que le han enviado, Pablo se alegrará más por la caridad y la vida cristiana que ello testimonia en sus cristiano que por la ayuda en sí: «no es que yo busque el don, sino que busco que aumenten los intereses en vuestra cuenta» (Fil. 4,17). Y la misma insistencia encontraremos cuando motive a los corintios a socorrer a los hermanos necesitados de Jerusalén (2 Cor. 8,10ss; 9,6ss).

Además con este total desprendimiento, Pablo sirve de modelo de trabajo (2 Tes. 3,9) y de generosidad (He. 20,35) a sus cristianos.

Más aún, con ocasión de la mencionada colecta a favor de los cristianos pobres de Jerusalén, que debió alcanzar una suma considerable, Pablo tiene mucho cuidado en mostrar absoluta transparencia y desinterés; pide que cada comunidad envíe un delegado encargado no sólo de transportar los bienes, sino de supervisar y testimoniar la total limpieza, «pues procuramos el bien no sólo ante el Señor sino también ante los hombres» (2 Cor. 8,20-21). Todo «para no crear obstáculo alguno al Evangelio».

Esta sinceridad de motivos y este desprendimiento no aparece sólo en referencia a los bienes materiales. Pablo subraya en diversos pasajes su total rectitud de intención y su limpieza de miras: no actúa ni por error, ni por astucia, ni por motivos turbios, inconfesables o impuros, ni por adulación para conseguir el aplauso de los hombres, ni por ambición, ni por deseo de alcanzar honores (1 Tes. 2,3-6; 2 Cor. 4,2)...

Sabiendo que su juez es el Señor (1 Cor. 4,4) y que debe ser puesto al descubierto ante el tribunal de Cristo (2 Cor. 5,10), Pablo predica para «agradar no a los hombres, sino a Dios» (1 Tes. 2, 5), pues «si tratara de agradar a los hombres no sería siervo de Cristo» (Gal. 1, 10). Actúa en todo momento «delante de Dios» (2 Cor. 2, 17), estando ante Él al descubierto (2 Cor. 5,11), afanándose por agradarle (2 Cor 5,9). Esta rectitud es la que le recomienda también ante los hombres (2 Cor. 4,2). Y cuando algunos, a pesar de todo, se obstinen en no aceptarle, Pablo apelará a los hechos: «nuestra carta de recomendación sois vosotros» (2 Cor. 3,1-2).

Porque no quiere crear obstáculo alguno al Evangelio, Pablo contrasta su predicación con los Apóstoles de Jerusalén, para evitar correr en vano (Gal. 2,2). Se alegra de que Cristo sea anunciado, y eso aun en el caso de que algunos lleguen a hacerlo por rivalidad (Fil. 1,15-18).

Para no crear obstáculo alguno al Evangelio, Pablo se muestra desprendido incluso de su vida. En un pasaje memorable, mientras está en la cárcel y con posibilidad de ser ejecutado, muestra su deseo de «partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor»; sin embargo, ante la posibilidad de trabajo fecundo a favor del Evangelio prefiere permanecer en este mundo, pues es más necesario para los suyos (Fil. 1,20-26)

Vitaminas Energizantes del Padre Benito Spoletini - Reflexion de Adviento

Encuentros Vitaminas energizantes n.8 - Reflexión

¿El corazón? ¡Un basurero nuclear!

El Adviento: tiempo propicio para “sanar” el corazón

A ¡No me gusta esperar!: y, a pesar de eso, Dios nos regala el Adviento: un tiempo para esperar… En un mundo frenético como el nuestro, se nos hace este regalo, para prepararnos a la venida de Cristo. Tiempo privilegiado para “un cara a cara” con lo que está oculto en nuestro corazón y condiciona nuestras relaciones con Dios y con la gente. Dios espera que pongamos ante él el fardo pesado de nuestros pecados para “sanar” el corazón, fuente de los males que nos aquejan. Por eso hemos escogido una “reflexión” evangélica en lugar de los habituales “testigos de vida”, confiando sea de verdadera sanación para muchos. Diagnóstico “evangélico” del corazón - Este diagnóstico detecta en el corazón humano catorce Isótopos radioactivos altamente contaminantes, capaces de generar enfermedades terminales, destrucción y muerte en las personas y en la sociedad. Ya lo advertía Jesús, y amonestaba acerca de sus imprevisibles reacciones en cadena, de no ponerles atajo, como lo registran puntual y crudamente los evangelios de Marcos (7, 20-23) y de Mateo (15,18-20).

Los enunciamos como aparecen en los Evangelios: Los malos pensamientos: el “mal pensar” pervierte de raíz todo acto humano y se transmite de forma incontrolable, como un río desbocado. La fornicación: cosificación de la persona, usada “sólo como un pedazo de carne”, sin amor...hace sospechosa hasta la misma inocencia.

Los robos: sustraerle al otro lo suyo, a veces lo poco que tiene, ganado a pulso, con sudor; y se le priva de bienes, de seguridad y confianza... Los homicidios: irradian la muerte, privan la vida que es todo lo que tenemos; la cadena comenzada por Caín no se ha interrumpido nunca…

El adulterio: destruye los vínculos más sagrados del amor. Al herir la fidelidad, destruye y contamina el matrimonio, la justicia, la familia.

La avaricia: sed desmedida del dinero, ídolo famélico: acumulado, inutilizado, y un sin fin de gente sin pan, sin trabajo, en la miseria.

La maldad: resume un estado de infección generalizada; el malvado vive por y para el mal...y se solidariza con todos los que hacen el mal...

El engaño: con sus segundas intenciones, apunta directamente contra Dios - ¿es que DIOS nos ve? -; y envenena las relaciones a todo nivel y carcome el tejido social donde mismo se gesta.

El desenfreno: el relajo, la deshonestidad, la disipación, lo queman todo en la hoguera de los sentidos. Al final, sólo cenizas y una infinita tristeza.

La envidia: isótopo radioactivo y contaminante como ninguno, cuya víctima fatal es quien la cultiva y no sólo quien es el objetivo de la misma.

La blasfemia: tomar de pecho a Dios, vicio inútil e improductivo... igual que escupir contra viento.

La soberbia: el soberbio se engaña a sí mismo, pues, al creerse único y necesario, se aísla. Dios se ríe de los soberbios, los humilla: caen en su misma trampa. Mientras tanto, siembran la historia de delitos sin fin…

La estupidez: el elemento radioactivo menos costoso y más ampliamente difundido en todos los estratos sociales, a lo largo y ancho del mundo y de la historia. Sujeto a una constante reacción en cadena, es altamente tóxico, pues sienta cátedra… La Biblia acota, casi con crueldad: ¡No hay un solo hombre que piense dentro de sí!....

Los falsos testimonios: recurso muy socorrido en el campo judicial, se ha vuelto normal en los juicios políticos. Destruye a personas e instituciones y perdió al mismo Jesús. Sólo Dios puede “sanar” el corazón humano. Son verdaderos deshechos nucleares - ¡y hay muchísimos más! - que no sólo contaminan, sino que, con su peligrosa radioactividad, en constante expansión, son muy difíciles de controlar y exigen una alerta permanente...

El profeta Jeremías, habitualmente pesimista, hace una afirmación desalentadora: “Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo” (Jer 17,9). Sólo Dios, que conoce y sondea ese abismo, puede descontaminarlo con su amor infinito, paciente y compasivo. De allí la súplica del Salmo: “Crea en mí un corazón puro” (Sal 50); Mientras tanto a todos se nos urge vivir en un estado de constante “vigilancia”, para prevenir cualquier desastre en las personas y de la sociedad. De ahí que aprovechemos el tiempo de ADVIENTO, para un cambio de vida, es decir: para la convers¡ón del corazón. (p. Benito)

DAME UN CORAZÓN NUEVO
Señor, quítame el corazón de piedra, quítame el corazón endurecido…, dame un corazón nuevo, un corazón de carne, un corazón puro. Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él; penétralo y cólmalo tú que eres mi bien supremo y más íntimo a mí que yo mismo. Tú, belleza ejemplar y sello de santidad, sella mi corazón con tu imagen; sella mi corazón con tu misericordia, tú, Dios de mi corazón, Dios, mi herencia eterna. Amén. Balduino de Canterbury Ref:

viernes, noviembre 26

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo :«Nos lleva siempre en su triunfo» (2 Cor. 2,14)

«Nos lleva siempre en su triunfo» (2 Cor. 2,14)

La vida del apóstol es lucha y combate, conlleva cruz y sufrimiento. Y sin embargo lo que parece predominar en él es la experiencia de victoria.

Escribiendo a los de Tesalónica, Pablo les pide oraciones «para que la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria como entre vosotros» (2 Tes. 3,1). Las expresiones sugieren la imagen de un avance triunfal del Evangelio por medio de los apóstoles.

Y en 2 Cor. 2,14 encontramos esta expresión: «¡Gracias sean dadas a Dios, que nos lleva siempre en su triunfo, en Cristo, y por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento!»

La imagen es de lo más expresiva. Pablo concibe el avance del Evangelio como el carro triunfal en que Dios mismo recorre el mundo entero. De manera semejante a como los generales romanos celebraban las victorias con un desfile o cortejo en que los oficiales subordinados cabalgaban asociados al general junto a su carro triunfal, así hace Dios con sus colaboradores; los evangelizadores participan en el cortejo triunfal al que Dios mismo los asocia en el avance que el Evangelio realiza al extenderse por todo el mundo a pesar de las dificultades. Dios mismo va abriendo camino a este avance glorioso del Evangelio y Pablo se siente agradecido de ser asociado como instrumento subordinado a esta marcha victoriosa que Dios mismo protagoniza.

El camino del evangelizador es una marcha triunfal y victoriosa. Y sin embargo vuelven a resonar en nuestros oídos los incontables sufrimientos descritos por el apóstol, que llega a considerarse «en el último lugar», como «condenados a muerte expuestos en espectáculo público», como «la basura del mundo y el desecho de todos» (1 Cor. 4,9-13). Es una vez más el misterio pascual en la vida del apóstol (2 Cor. 4,7-9; 6,9-10): victoria en la derrota. El Evangelio avanza gloriosamente en la humillación del evangelizador, del mismo modo que Cristo ha vencido en la cruz.

sábado, noviembre 20

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Las armas de Dios » (Ef. 6, 11)

«Las armas de Dios » (Ef. 6, 11)

En el texto antes citado de 2 Cor. 10, 4, San Pablo proclama expresamente: «las armas de nuestro combate no son carnales», es decir, no son de orden humano o natural.

Y el fundamento de esta afirmación lo encontramos en el otro texto también citado de Ef. 6,12: la armas no pueden ser «carnales» porque la lucha «no es contra la carne y la sangre». Las armas tienen que ser adecuadas al género de enemigo y de combate. Precisamente porque la lucha es «contra los Espíritus del Mal», sólo valen «las armas de Dios»; sólo ellas hace posible «resistir a las asechanzas del Diablo» (v. 11) y «resistir en el día malo» y mantenerse firmes después de haber vencido todo (v. 13).

Con otras palabras, es necesaria la fuerza poderosa del Señor (Ef. 6,10). San Pablo lucha y se fatiga, pero con una energía que no es suya: «precisamente me afano luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí» (Col. 1,29). Cristo ha vencido al diablo (Mt. 4,1-11), y sólo en Cristo y con su fuerza es posible vencer.

Por eso el apóstol renuncia deliberadamente a apoyarse en los medios naturales humanos -la «armas carnales»- y acude a las «armas de Dios», las únicas eficaces en el combate apostólico y cristiano.

Y en Ef. 6,14ss. detalla en qué consiste esta armadura que hace invulnerable y vencedor: vivir en la Verdad revelada por Dios; estar revestidos de la santidad en la adhesión a la voluntad de Dios; el celo por el Evangelio; la fe viva; la salvación asimilada y vivida; la atención y acogida de la Palabra de Dios; la oración constante... Son en realidad las armas necesarias al cristiano; mucho más al apóstol.

Puesto que la acción de Satanás utiliza como arma fundamental el engaño y la seducción (2 Tes. 2,9-12), se comprende la insistencia en las armas que hacen vivir en la luz (la verdad, la fe, la Palabra de Dios...). Otras armas miran más a la unión con Dios o con Cristo (santidad, salvación...), que es nuestra fortaleza. Notar que junto a las armas defensivas están también las ofensivas (la Palabra de Dios, el celo por la difusión del Evangelio...).

jueves, noviembre 11

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «El misterio de iniquidad» (2 Tes. 2,7)

11

«El misterio de iniquidad» (2 Tes. 2,7)

Hemos encontrado en el capítulo anterior expresiones de este tipo: «intentamos llegar a..., pero el Espíritu Santo nos lo impidió». Llama la atención que también encontramos en san Pablo estas otras: «quisimos ir a vosotros -yo mismo, Pablo lo intenté una y otra vez- pero Satanás nos lo impidió» (1 Tes. 2, 18). Aquí no es Dios quien «impide» un determinado proyecto de los apóstoles con la intención de sacar adelante otro proyecto suyo; quien aquí obstaculiza la acción de los apóstoles es otro: Satán, el Adversario.

En toda la tradición bíblica es muy conocido este personaje, enemigo del hombre, adversario de Dios y de sus planes (Gen. 3, 1; Job. 1,6; Mc. 1, 13; Ap 12,3). Y san Pablo es consciente de su acción: las dificultades surgidas en Tesalónica no son signo de un plan de Dios que a través de determinadas circunstancias marca otros caminos y otros momentos, sino indicio de una intervención del Maligno que procura a toda costa impedir la implantación del Evangelio entre los tesalonicenses.

Entendemos ahora el porqué de las preocupaciones del Apóstol en relación con la joven iglesia de Tesalónica. Todas las persecuciones y tribulaciones allí surgidas han sido en realidad atizadas por Satanás. Pablo, «no pudiendo soportar ya más», envía a Timoteo a Tesalónica ante el temor de que «el Tentador os hubiera tentado y que nuestro trabajo quedara reducido a nada» (1Tes. 3, 5).

Por tanto, las dificultades no provienen sólo de la debilidad en la fe de una comunidad aún no consolidada, sino de lo que Pablo llama en otro lugar «el misterio de la iniquidad» (2Tes. 2, 7), que actúa en la sombra sirviéndose normalmente del «impío», es decir, de aquellos hombres que se prestan a ser sus secuaces e instrumentos de su acción en la historia.

Abiertamente lo dice también en la Carta a los Efesios: «nuestra lucha no es contra la carne y la sangre -es decir, contra dificultades o enemigos de orden humano, natural-, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas» (Ef. 6, 12).

Entendemos desde aquí mejor todas las expresiones que san Pablo utiliza para hablar de su acción apostólica como de un combate. Dirigiéndose a Timoteo le exhorta a soportar las fatigas «como un buen soldado de Cristo Jesús» y a competir como un atleta (2 Tim. 2, 3-5). Todos los sacrificios hechos por el Evangelio los compara a los esfuerzos y renuncias que debe realizar un deportista para alcanzar el premio (1 Cor. 9,23-27). Y cuando encare el final de su vida hará balance de ella en idénticos términos (2 Tim. 4,7).

No son simples metáforas. Tampoco se refiere con estas expresiones sólo a las fatigas producidas por sus continuas idas y venidas. Es que experimenta su tarea evangelizadora como una lucha y una conquista: un «arrasar fortalezas» y un «reducir a cautiverio todo entendimiento para que obedezca a Cristo» (2 Cor. 10,4-5). Una lucha porque encuentra resistencias («sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios»). Una lucha porque los hombres no están bien dispuestos a recibir humildemente la salvación que viene de Cristo, sino que -instigados por Satanás- se yerguen en su soberbia, en su pretensión de «ser como dioses» (Gen. 3,4-5).

Podemos decir que la vida del apóstol es un combate continuo a favor de los que le han sido confiados (Col.2, 1). Unas veces serán los errores doctrinales, otras veces las debilidades morales de sus cristianos, otras la persecución abierta... Lo cierto es que el apóstol vive en lucha permanente con las fuerzas del mal. Y en esa lucha empeñará su misma vida.

miércoles, noviembre 3

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Prisionero del Espíritu» (He. 20,22)

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«Prisionero del Espíritu» (He. 20,22)

En las cartas de San Pablo encontramos muy resaltada la acción del Espíritu Santo. Para él, el don del Espíritu es uno de los aspectos más profundos de la novedad traída por Cristo. Pues con la acción interior y transformante del Espíritu se instaura la nueva alianza anunciada por los profetas (Jer. 31,31-34; Ez. 36,25-28): frente a la antigua economía, basada en una ley externa, que fracasó porque el hombre estaba interiormente herido por el pecado, la nueva economía consiste esencialmente en el don del Espíritu que renueva al hombre por dentro y le hace capaz de cumplir la voluntad de Dios. (cf. Rom. 8,1-4).

San Pablo no hace, sin embargo, muchas referencias al Espíritu en relación con la acción apostólica. Pero sí encontramos al menos explicitada la conciencia de ser ministro de esta nueva alianza, que consiste no en la letra, sino en el Espíritu (2 Cor. 3,6). Él comprueba que la misión de cualquiera de los ministros de esta nueva alianza es incomparablemente superior a la de Moisés (2 Cor. 3,7-8): este, en efecto, fue instrumento de Dios para grabar su ley en tablas de piedra, mientras que el apóstol cristiano es colaborador de Dios para que la voluntad de Dios quede inscrita en el corazón de cada hombre mediante la acción de Espíritu (2 Cor. 3,3).

Por eso habla de «ministerio del Espíritu», pues toda la acción del apóstol consiste en ponerse al servicio de la acción de Espíritu para que se produzca en cada hombre esa maravillosa transformación interior que hará de él una «criatura nueva» (2 Cor.5,17).En efecto, mientras la pura letra «mata» -pues enseña lo que hay que cumplir, pero no da la fuerza para cumplirlo-, «el Espíritu vivifica» -al infundir interiormente la vida que renueva al hombre-. Y la misión del apóstol no es otra que estar al servicio de ese continuo pentecostés a favor de cada hombre a quien se anuncia el Evangelio (cf. He. 19,6).

De igual modo, acudiendo a los Hechos de los Apóstoles, vemos a un Pablo que en el cumplimiento de su misión ha procurado secundar dócilmente los impulsos del Espíritu.

En He. 16,6-7, con ocasión de su segundo viaje misionero, leemos estas misteriosas palabras: «atravesaron Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les había impedido predicar la Palabra en Asia. Estando ya cerca de Misia, intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se lo consintió el Espíritu de Jesús». Y a continuación se nos narra la visión que tuvo Pablo en la que un macedonio les pedía ayuda: de ese modo evangelizan Filipos y el Evangelio entra triunfalmente en Europa.

No sabemos exactamente a qué se refieren las expresiones anteriores. Pero lo cierto es que, ya se traten de circunstancias exteriores o de inspiraciones interiores, Pablo ha entendido que ahí había una pauta que marcaba el Espíritu y la ha secundado inmediatamente.

Esto llama profundamente la atención. Pablo tiene un plan («intentaron dirigirse a Bitinia», como antes habían intentado dirigirse a Asia, probablemente a Efeso); sin embargo, no se empeña en él, sino que está abierto a los signos que son portadores de la voz -y por tanto del impulso- del Espíritu.

Consciente de que estaba al servicio de un grandioso y misterioso plan de salvación que le desbordaba, Pablo entendía que había que dejar obrar a Dios. Siendo la obra de salvación de los hombres una obra de Dios, no se llevaría a término por medios o sistemas predeterminados por la mente humana, sino que permanecería siempre como iniciativa de Dios. Dios actuaba libremente en la historia a través de acontecimientos y mediaciones humanas, y su apóstol -como colaborador de Dios- debía estar atento a esa acción de Dios para secundarla inmediatamente. La acción de Dios iba siempre por delante. Sólo cuando «Dios abría una puerta a la Palabra» (Col. 4,3) el apóstol podía entrar. Inútil querer entrar cuando Dios cerraba una puerta o se reservaba otra ocasión para abrirla (cf. Ap. 3,7).

Del mismo modo, vemos que Pablo cuando se dirige a Jerusalén, donde va a ser encarcelado, obra «encadenado por el Espíritu» (He. 20, 22); aunque el mismo Espíritu le asegura que le esperan «cárceles y luchas» (v. 23), no se le ocurre ni por un momento escaparse de esas cadenas del Espíritu, teniendo la certeza de que con ello cumple un plan de Dios.

Y lo mismo que él había iniciado su labor evangelizadora bajo el influjo y con la fuerza del Espíritu (He. 13, 2-4; así la había comenzado el propio Jesús: Lc. 4,14 ss.), en el ocaso de su vida recomendará a su discípulo Timoteo que reavive el carisma que le fue conferido y que le hace instrumento del Espíritu que es «energía, amor y buen juicio» y que le fortalece para dar testimonio de Cristo sin avergonzarse y para soportar los sufrimientos que acarree la predicación del Evangelio (2Tim. 1, 6-8).

martes, noviembre 2

:«Como antorchas en el mundo» (Fil. 2,15)

«Como antorchas en el mundo» (Fil. 2,15)

Sin embargo, san Pablo era consciente de que el Evangelio no podía ser testimoniado eficazmente de manera individual. Sólo una comunidad transfigurada por Cristo se constituía en signo creíble del Evangelio.

De hecho, en alguno de los textos en que Pablo pide que le imiten, añade: «y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros» (Fil. 3,17). No sólo él, no sólo sus compañeros de apostolado, sino la comunidad misma se ha convertido en punto de referencia para quien quiera vivir según Cristo.

Siguiendo la enseñanza del propio Jesús, que había proclamado: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt. 5,14-16; «vosotros» quiere decir la comunidad cristiana, la Iglesia), también Pablo exhorta a sus discípulos a vivir como «hijos de la luz» (Ef. 5,8ss; 1 Tes. 5,4ss); los que antes eran «tinieblas» ahora son «luz en el Señor»: en consecuencia deben vivir como luz, rechazando toda tiniebla de vida pagana o pecaminosa.

En Fil. 2,14-16 se presenta esta vida nueva, este vivir como hijos de la luz, en conexión directa con la evangelización. «En medio de una generación tortuosa y perversa», Pablo exhorta a los Filipenses a ser «irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha»; de ese modo brillarán «como antorchas -o «astros»- en el mundo» y presentarán a ese mundo corrompido «la Palabra de vida». Con su vida santa la comunidad cristiana presenta eficazmente la Palabra creadora de vida.

Esta es la razón por la que Pablo insiste junto al anuncio de Cristo, en la presentación de la moral cristiana. Cristo se ha entregado para hacer de nosotros «criaturas nuevas» (2 Cor. 5,17), y sólo una comunidad verdaderamente nueva es signo elocuente de Cristo.

Ya en el A.T. los profetas habían denunciado que el pueblo de Israel había profanado el santo nombre de Yahveh con su conducta abominable delante de las naciones vecinas (Ez. 20,39; 36,20; 43,8). Y este riesgo sigue existiendo también para el nuevo pueblo de Dios. Sin embargo, su vocación propia es precisamente la contraria: disipar con la luz de Cristo, hecha carne en la propia existencia, las tinieblas del pecado que acosan al mundo.

Cristo ha venido como «primogénito de muchos hermanos» (Rom. 8,23-24), suscitando así una comunidad fraterna (120 veces usa San Pablo en sus cartas la palabra «hermano»). San Pablo procura que este espíritu fraternal se manifieste en las comunidades en el interés y la responsabilidad de unos por otros, en el perdón mutuo, en la exhortación, el estímulo y el consuelo de los demás, en el llevar los unos las cargas de los otros...El sabía que este espíritu fraternal constituiría el mejor argumento apologético a favor del Evangelio.

Frente a los grandes vicios del paganismo, que Pablo describe tan al vivo (p. ej. Rom. 1,24-32), busca la santidad moral de sus cristianos como «imitadores de Dios» (Ef. 5, 1) y de Cristo (Fil. 2,5; 1 Tes 1,6). Todas las cartas contienen -en mayor o menor amplitud- esta exhortación a una vida moral santa; no sólo a evitar el pecado, sino a vivir «todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio» (Fil. 4,8). Y cuando tiene noticia de algún desorden grave en alguna comunidad, interviene inmediatamente (1 Cor. 5 y 6; 2 Tes. 3,6-15).

Particularmente insistirá en la caridad, como resumen de la ley (Rom. 13, 8-10). Pues sabe que es el amor -especialmente el amor al enemigo- la única fuerza capaz de cambiar el mundo, pues el mal sólo puede ser vencido con el bien (Rom. 12,14-21).

Y se manifestará radiante de gozo al comprobar que el testimonio de una comunidad ha sido decisivo para la difusión del Evangelio. Así, escribirá a los de Tesalónica: «Os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones. De esta manera os habéis convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la Palabra del Señor y vuestra fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes, de manera que nada nos queda por decir...» (1 Tes. 1,6-8).

Dios nos quiere “santos”: ¿Hoy es posible serlo?

Encuentros

Vitamina energizante n.6

Dios nos quiere “santos”:

¿Hoy es posible serlo?

En Noviembre, mes de los “santos” comunes, reflexionamos sobre un tema crucial: el de la santidad de la vida diaria. El Concilio nos ha recordado que “todos” estamos llamados a la santidad. Y hoy, tiempos difíciles, se está dando un florecimiento extraordinario que debe animarnos. Nos limitamos a señalar algunos conocidos y otros menos. Y comienzo con cinco argentinos: el heroico cura Brochero y el cardenal Eduardo Pironio; un ingeniero laico consagrado, Isidoro Zorzano y un empresario casado, Enrique Shaw; éste se preguntaba, con frecuencia: "¿Qué haría Cristo en mi lugar?; y una madre de familia Focolarina, Cecilia Perrin: los cinco camino de los altares. Y no podemos olvidar a los “beatos” Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá, ambos frutos de la espiritualidad salesiana. Dos pontífices: Beato Juan XXIII, el “papa bueno”, y Juan Pablo II, el “papa grande”. Tres médicos famosos: el italiano Giuseppe Moscati, el venezolano José Gregorio Hernández, y una mujer ya canonizada, la doctora Gianna Beretta Molla. Y una letanía de apóstoles de la caridad: san Alberto Hurtado, la beata Madre Teresa de Calcuta; Padre Kentenich y dos discípulos suyos de Chile: Mario Hiriat ingeniero y Bárbara Kast: “tabernáculo de Dios”… Y, a pesar de lo mal que se dice de los políticos, presentamos tres de ellos, siervos de Dios, Padres de la Unión Europea: Schuman, De Gasperi y Conrad Adenauer… los tres cristianos modelos, testigos de cómo se construye cristianamente la paz entre los pueblos. Y un alcalde santo de renombre mundial: Giorgio La Pira. Mártires como Edith Stein y Monseñor Romero: culpables de defender, hasta entregar su vida,

los derechos humanos y la justicia. Caso a parte Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares y apóstol de la unidad; la recién beatificada: Chiara Luce Badano, focolarina; Igino Giordani: escritor, político, perseguido, focolarino…y ahora siervo de Dios. Y la sorpresa de Juan Pablo II: beatificar la primera pareja de esposos cristianos: Luigi y María Corsini Beltrame Quattrocchi. Y, en tiempo de comunicación social, no podían faltar un periodista: beato Manuel Lozano Garrido; y el beato Alberione, fundador de la Familia Paulina, dedicada a difundir el Evangelio con los medios de comunicación. Y, como broche de oro, la glorificación de los niños de Fátima- Francisco y Jacinta -, símbolo de transparencia y pureza, en un mundo que ha enlodado y explotado a la infancia como nunca… Y la letanía no termina aquí, porque hay (¡y muchos!) santos de toda clase y de toda edad.

¿Qué es entonces la santidad? Hoy la celebramos en su multitud anónima, pero como hemos visto, tiene rostros y nombres y, a ellos, podemos añadir a los miembros de nuestras familias y comunidades, que vivieron en serio su bautismo y que, de las bienaventuranzas evangélicas, hicieron un camino hacia Dios y los hermanos… Así “la santidad viene a ser la vida cristiana vivida en plenitud y la perfección del amor en la vida ordinaria” (p.B.)

Nos han escrito…

Gracias a cuantos nos han estimulado, con sus escritos, para continuar y mejorar nuestro trabajo. Dios buen Padre los bendiga. Citamos algunos: Mons. Camilo Vial, Obispo, Chile; E. Tau. (Argentina), Hna. Giovanna (Italia); Hna. Nubia (Colombia; Hna. Y. Melgareco (Argentina), Alberto y Marta O.,(Argentina), M. Arteaga (Chile), I. y R. Acevedo (Chile), Y. Candia (Chile), M. R. Alfaro (Chile), L. Olmos (Argentina) M. Gensen (Venezuela), L. Chacón (Venezuela), R. Herrera (Brasil)… Uno por todos: Querido Padre Benito: le agradecemos por el correo de Encuentros Energizantes, como lo es lo referente a la joven Chiara que ha sido beatificada, que es un ejemplo de su entrega total a Dios. Así también la del empresario Enrique Shaw, cuya generosidad y humildad es digno de imitar, un verdadero cristiano en toda su dimensión. M. A. Olmos Garzón (Argentina). A todos: ¡gracias!

martes, octubre 26

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo :«Fuerza en la debilidad» (2 Cor. 12,10)

«Fuerza en la debilidad» (2 Cor. 12,10)

Sin embargo, parece que no siempre lo haya visto así. En un texto muy conocido (2 Cor. 12,7-10) nos habla de una determinada «debilidad», algo muy molesto que llama «aguijón» y califica de «mensajero de Satanás»; por el contexto, parece que se refiere a las ya mencionadas persecuciones y tribulaciones de todo tipo padecidas por Cristo, aunque también pudiera tratarse de una enfermedad. Lo cierto es que Pablo lo ha visto como un obstáculo que le impedía realizar su obra -la obra de la evangelización que Dios mismo le había encomendado-; por eso dice que le pidió insistentemente al Señor que alejase de él aquella dificultad.

Ahora bien, el Señor le hizo ver que lo que él consideraba un obstáculo era por el contrario la ocasión de que se manifestase con toda su eficacia la fuerza de Cristo. Por eso concluye Pablo: «con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo», pues «cuando soy débil entonces soy fuerte».

¿De dónde ha aprendido Pablo esta lección? Sin duda, del misterio de la cruz. Pues en la 1ª Corintios emplea términos semejantes para hablar de él. En efecto, allí Pablo afirmaba que, frente a la sabiduría de los hombres, él predica «a Cristo crucificado», que es «fuerza de Dios», pues «la debilidad divina es más fuerte que la fuerza de los hombres» (1 Cor. 1,23-25).

En el misterio de la cruz el Apóstol ha contemplado que en la más extrema debilidad e inutilidad humana -un hombre inutilizado en una cruz y destrozado- se realiza el acontecimiento máximamente eficaz: la redención de la humanidad entera. Y a la luz de ese misterio ha comprendido que ese estilo, esa «norma», Dios continúa empleándola: Dios sigue salvando a través de la debilidad humana, continúa obrando con su fuerza infinita en medio de la impotencia y de la inutilidad humanas; más aún, ahí se encarna -por así decirlo- el poder de Dios. El misterio de la cruz se prolonga así en la vida del apóstol con su eficacia infinita y divina.

Ahora entendemos mejor las palabras que dan título a este capítulo. Pablo se alegra de sufrir por los de Colosas. ¿La razón? «Completo lo que en mi carne falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col. 1,24). Notar el «por vosotros» y el «en favor vuestro»: Pablo tiene conciencia de que sus sufrimientos tienen valor redentor; de que Cristo, viviendo en él (Gal. 2,20), prolonga en él y a través de él su sufrimiento redentor. De ese modo, mediante su sufrimiento apostólico -padecido por amor- el enviado de Cristo hace presente en el tiempo y el espacio la cruz de Cristo, la única que salva. En este sentido «completa» en sí mismo el sufrimiento de Cristo.

Lo mismo que en el Maestro, se opera en el discípulo una suerte de sustitución vicaria: «De este modo la muerte actúa en nosotros, más en vosotros la vida» (2 Cor. 4,12). Sufriendo por los hombres, el apóstol lleva en sí «la muerte de Jesús»; «continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús», los apóstoles transmiten a los hombres «la vida de Jesús» (2 Cor. 4,10-11).

Se comprende por qué, ante tantas dificultades, proclama Pablo: «no desfallecemos» (2 Cor.4,16). Más aún, por qué llega gritar desafiante: «¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (Gal. 6,14). Sabe, incluso por experiencia, que la cruz es su fuerza y su salvación; y no desea buscar otro apoyo ni otra seguridad. Y de igual manera que se gloría en la cruz de Cristo en sí misma, se gloría en la cruz de Cristo en cuanto que se hace presente en su vida («me glorío en mis debilidades...en las persecuciones padecidas por Cristo»: 2 Cor.12,9-10).

Desde aquí se iluminan también expresiones paradójicas como la siguiente: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor. 7,4). En el apóstol se hace presente el misterio pascual en su integridad: fuerza en la debilidad, vida en la muerte, gozo en el sufrimiento. La presencia de la cruz en la vida del apóstol es siempre fuente de gozo («me alegro de sufrir por vosotros»), pues es siempre portadora de fecundidad (cf. Jn. 16,21).

No sólo es que sobreabunde el consuelo en medio de las tribulaciones -y en proporción superior a ellas-, sino que tanto las tribulaciones como el consuelo tienen también valor salvífico: «si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos» (2 Cor. 1,6).

lunes, octubre 18

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Dolores de parto» (Gal 4,19)

«Dolores de parto» (Gal 4,19)

San Pablo ha entendido y ha vivido todos estos padecimientos no sólo como algo que debía soportar coherentemente por fidelidad a su misión, sino como algo valioso y fecundo en sí mismo.

Escribiendo a los gálatas -en plena crisis judaizante- tiene esta exclamación que le sale de lo más hondo del corazón: «¡hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Gal. 4, 19). Una ráfaga de luz en su interior le ha hecho comprender que las luchas y sufrimientos por el Evangelio y por sus discípulos eran fecundos; dolores, sí, pero dolores de parto. Lo mismo que la mujer sufre hasta dar a luz, pero luego se goza por haberle dado un hijo al mundo (Jn. 16,21), así el apóstol sufre lo indecible, pero el resultado final es impagable: «ver a Cristo formado en vosotros».

Este es el secreto del misterio de la cruz en la vida del apóstol, un misterio de vida y fecundidad en medio del dolor y del aparente fracaso. Por eso escribirá a los de Corinto: «Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor.4,10).

Encuentros: Vitaminas energizantes n.5- Testigo de vida Cuando Dios pide TODO

Cuando Dios pide TODO

Cecilia Perrín, esposa, madre, maestra, focolarina

María Cecilia Perrín de Buide era una joven madre
familia argentina que murió el 1 de marzo de 1985
los 28 años, rechazando un aborto, entregó su vida
para salvar la vida de su hija María Agustina. Se ha
iniciado su causa de beatificación.

María Cecilia Perrín nació en Punta Alta,

Buenos Aires, Argentina, el 22 de febrero de 1957,
en el seno de una familia de profundas raíces cristianas, entre las primeras familia que adhirió al
Movimiento de los Focolares, fundado por Chiara
Lubich. El 20 de mayo de 1983, se casa. Estando
embarazada le detectaron un cáncer irreversible.
Los médicos consideraron la posibilidad de
realizarle un aborto «terapéutico» para poder salvar
su
vida, pero ella se negó rotundamente por su
profunda convicción cristiana.

Una ascensión rápida y sufrida. -En esa situación, María Cecilia tuvo que

enfrentar varias operaciones y, progresivamente, fue entrando en los "caminos raros"
de los cuales se sirve Dios "para llegar a uno". Sus numerosas así lo revelan. A una
amiga le escribe:"...Yo personalmente siempre fui muy coqueta y quise estar linda
para Luis"(el esposo). Reconoce (iY lo siente!) que ahora ha perdido toda su belleza,
pero anota que eso "nos permitió descubrir el amor más allá de las mascaras" Y siente
también que "se ha purificado el amor".
A sus alumnos del Vº año, les confía: la felicidad que la invade, en estar con
Dios: "el es el Amor... Y si lo descubrís Y dices "te acepto", te invade Y te toma" Y
sigue: "Ustedes saben que el cáncer es una enfermedad mortal; yo les aseguro que
para mí es algo que me está dando la vida..."

Y va progresando siempre más.-

A Mons. Meyer, arzobispo de Bahía
Blanca, le confiesa, entre otras cosas: "El otro día en el quirófano, estando sola antes
de que me durmieran, pude decirle sintiéndolo: "Sí, Jesús, te lo doy todo". Y sintió una
gran tranquilidad, a pesar del mal diagnóstico. Su relación con Dios se va haciendo
más profunda. Escribe: "Quiero ser como Vos quieras que sea. Tener la personalidad
que Vos quieras. Ser ante él que está a mi lado como Vos quieras que sea. Tener la
belleza que Vos quiera que tenga".

Su deseo: darle todo a Dios.- Hay dos citas que la retratan entera y son muy

decidoras: «Hoy le pude decir a Jesús que sí. Que creo en su amor más allá de todo y
que todo es Amor de Él. Que me entrego a Él».Y la otra: "Tus caminos son una locura,
rompen mi humanidad; pero son los únicos que quiero recorrer...". Sabemos que
realmente se entregó entera y entregó a Dios "TODO" por los, caminos que él quiso.

La voz de la gente, la voz de la Iglesia.-Cecilia

falleció el 1 de marzo
de 1985, y sus restos mortales descansan en el cementerio de la Mariápolis Lía
(O'Higgins, Bs. Aires). Su tumba es visitada por cientos de personas y madres
gestantes. Su fama de santidad y la heroicidad de sus virtudes, hicieron sí que la
Santa Sede declarara a Cecilia Perrín de Buide Sierva de Dios; y en febrero de 2007,
se inició su causa de beatificación y canonización.

(Fuente:Rev. Ciudad Nueva, n.451). Hay 2 libros que relatan la vida de la Sierva de Dios Cecilia

Perrín de Buide: "Tus caminos son una locura" Autor: Licy Miranda Editorial: Ciudad Nueva "Cecilia

Perrín, un canto a la vida" Autor: Licy Miranda Editorial: Ciudad Nueva

Las dos Teresa

El “Mes de octubre” no es sólo el Mes del Rosario, es también el mes de las madres y
de las misiones de “las Teresa”: la pequeña del Niño Jesús y la grande: Teresa de Ávila.;
ambas “carmelitanas”; ambas “Doctoras de la Iglesia” y tan diversas...

La “pequeña” Teresa (1873-1897): entra muy

joven al Carmelo, abrigando deseos desmesurados: ser todo
en la Iglesia y tantas cosas más. Pero sabe que su condición
de mujer y claustral no se lo permite…Un día, en las cartas
de san Pablo encuentra la respuesta: “Comprendí que sólo el
amor encerraba todas las vocaciones, que el amor lo era
todo…Mi vocación es el amor” y en un arrebato de felicidad
escribe: En el corazón de Iglesia, mi madre, yo seré el amor”.
Su “Historia de una alma”,en la que propone como camino
“la infancia espiritual”, es la mejor demostración de ello.
Teresa nos recuerda que “todo es gracias” y que “el sufrir
pasa el haber sufrido no pasa”.

Teresa la “grande”
(1515-1582): nacida en Ávila, fue la

reformadora del Carmelo y pobló España de convento. Autora
de libros como: “La vida escrita por ella”, “El camino de la
perfección”, “El castillo interior”, Cartas y poesías y otros, ha
influido, y sigue influyendo, como auténtica maestra de la
espiritualidad cristiana.
Recordamos de ella una ”letrilla”, que llevaba siempre
consigo, y puede ser útil a nosotros: “Nada te turbe, / nada te

espante, / todo se pasa, / Dios no se muda, / la paciencia/ todo lo
alcanza. / Quien a Dios tiene/ nada le falta. / Sólo Dios basta.

Referente:p.Benito, ssp, dir.:

domingo, octubre 17

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Con lágrimas en los ojos» (Fil. 3,18)

«Con lágrimas en los ojos» (Fil. 3,18)

Sin embargo, como ocurrió con el Maestro, más intensos y continuos que los dolores físicos han sido los dolores interiores, morales o espirituales.

En el texto antes citado, tras la enumeración de los padecimientos físicos, continuaba Pablo: « Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?» (2 Cor. 11,28-29). Se trata de los sufrimientos que provienen de la caridad: cuando a uno le importan los demás no queda indiferente ante las dificultades y problemas de ellos...

Ya hemos visto cómo Pablo nos confesaba que sentía «una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón» (Rom. 9,2) a causa de sus hermanos israelitas, que en su gran mayoría habían rechazado al Mesías y el Evangelio de la salvación.

Cuando tiene que abandonar Tesalónica a causa de la persecución, debiendo dejar una comunidad joven y sin afianzar, Pablo sufre temiendo que todo quede reducido a la nada (1 Tes. 3,5); sólo cuando vuelve Timoteo trayendo buenas noticias, experimenta el consuelo en medio de sus tribulaciones y se siente volviendo a vivir (1 Tes. 3,7-8).

Particularmente el problema judaizante debió hacer sufrir enormemente al apóstol, pues veía que se deformaba la esencia del Evangelio y se perturbaba gravemente a las comunidades (Gal. 1,6-9). Escribiendo a los filipenses expresará su dolor con estas palabras: «muchos viven, según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo...» (Fil. 3, 18).

sábado, octubre 9

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Me alegro de sufrir por vosotros» (Col. 1,24)

9

«Me alegro de sufrir por vosotros» (Col. 1,24)

El capítulo anterior nos ha hecho descubrir cómo San Pablo se concibe a sí mismo íntimamente asociado a Cristo y a su mensaje. Para él, evangelizar no es una tarea meramente externa, sino que le implica totalmente desde dentro. El mensajero debe identificarse con el mensaje, y debe identificarse también con Aquel que le envía.

Llegamos así a un aspecto esencial en el conocimiento y en la experiencia que Pablo tiene del misterio de Cristo: el misterio de la cruz. Configurado con Cristo, vamos a descubrir al Apóstol «crucificado con Cristo» (Gal. 2,19) y «configurado a su muerte» (Fil. 3,10).


«Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús» (Gal. 6,17)

Varias veces alude San Pablo en sus cartas a «las marcas de Jesús» que lleva impresas en su cuerpo. Indudablemente no se refiere a estigmas ni a ningún otro tipo de fenómeno extraordinario, sino a las cicatrices debidas a los malos tratos sufridos por Cristo (2 Cor. 4,10; 6,4-5...).

En 2 Cor. 11,24-27 nos da incluso una lista detallada de pruebas por las que había tenido que pasar: «Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez». Y el libro de los Hechos nos certifica del realismo de todo ello: cárceles, tribunales, latigazos, insidias, amenazas de muerte, motines... El sufrimiento físico ha acompañado a cada paso al apóstol en su existencia.

Más aún, en 2 Cor. 12, 10 habla de «injurias», «persecuciones», «angustias», «sufridas por Cristo». Por tanto, junto a los sufrimientos físicos está ese roce continuo de la humillación, la contradicción, las dificultades y trabas de todo tipo; y ello por parte de los judíos, de las autoridades romanas... o de los mismos «falsos hermanos» (fue sin duda una de las espinas más dolorosas del apóstol la presencia continua de los judaizantes, de los falsos apóstoles, que ponían en tela de juicio su labor e incluso contradecían abiertamente la predicación de Pablo).

Él mismo presenta estos sufrimientos, «soportados por Cristo», como una prueba de la autenticidad de su apostolado (2 Cor. 12,12). Pablo ha sufrido de hecho en su carne por Cristo y por el Evangelio, por sus comunidades y por cada evangelizado. Y eso es señal clara de que nada buscaba para sí. Pues ciertamente el mercenario cuando ve venir al lobo abandona las ovejas y huye, pues en realidad no le importan las ovejas (Jn. 10,12-13); en cambio, el buen pastor -el auténtico apóstol- da la vida por las ovejas (Jn. 10,11).

martes, octubre 5

Sobre Santiago Alberione nos habla la Hermana Ines Hijas de San Pablo Pu...

Encuentros: Vitaminas Energizantes #4: Testigo de Vida Octubre Mes del Rosario

Encuentros: Vitaminas energizantes n. 4 - Testigo de vida

Enrique Shaw (1921-1962), Argentino, padre de familia, empresario y santo


Un ejemplo extraordinario de lo que puede el colegio, la familia y un buen director espiritual en relación a encontrar la propia vocación, lo muestra la vida del empresario "santo" Enrique Shaw (1921-1962). A los catorce años ingresa a la Escuela Naval, cumpliendo con disciplina, capacidad y eficiencia sus deberes.


Su vocación: humanizar el trabajo. Al cumplir los veinte años, se “convierte" lo fascina el mundo obrero y quiere ser uno de ellos, pero un sacerdote amigo le sugiere entrar en el mundo empresarial y ayudar como dirigente a promover a los obreros, crear fuentes de trabajo, dar dignidad. Enrique entiende, estudia, ora y encuentra su vocación y vierte en ella su dinamismo y todas sus capacidades organizativas. Ha comprendido algo muy obvio, pero que entonces no lo era tanto: "Debemos crear trabajo, escribía, y cuanto más eficiente sea nuestra labor, más recursos tendrá la Providencia para repartir entre pobres y necesitados".

Mientras tanto su labor en la Acción Católica crece, entra en directivas dirigenciales, promueve obras sociales, dignificación del trabajo. Actúa en obras vocacionales como el Club Serra, y en las actividades de Cáritas, funda la Asociación Cristiana de Empresarios (ACDE). Amplia su influjo con sendas publicaciones sociales para contagiar a otros en la promoción obrera. Esta inmensa actividad es acompañada por una intensa vida espiritual, convirtiéndose en un ejemplo de que se puede unir oración con una intensa vida de trabajo. "Los empresarios cristianos deben encarnar a Cristo en la empresa. Somos responsables de la ascensión humana de nuestro personal " .Para animarse solía repetir: "Quiero obrar como lo haría Cristo si estuviera en mi lugar", que tanto recuerda al padre Alberto Hurtado, hoy santo, y la beata Teresa de Calcuta: ¡estamos en los años 50! También ellos se preguntaban: ¿Qué haría Cristo si estuviera en mi lugar?


La suya fue una familia modelo con nueve hijos y uno sacerdote misionero. Enrique encontraba el tiempo para estar con su familia, pasear a los hijos, jugar con ellos y rezar con ellos el Rosario de María, la devoción de la cual sacaba fuerza en los sufrimientos y una inmensa alegría de vivir y trabajar. Los obreros lo quisieron y lo mostraron concretamente en su enfermedad, ofreciendo muchísimos su sangre para las transfusiones. Muere en Buenos Aires en 1962. Había dejado escrito: “Tendría que ser Santo con mayúscula y todo”. Se ha abierto su causa de beatificación el 25 de septiembre de 2001.


Dos expresiones testamentarias: "Hemos sido creados para amar... Quiero seguir la vía del amor y hacer triunfar en mí mismo la bondad, la humildad, la dulzura, la paciencia". Y la otra, pronunciada ya en víspera de su muerte, en la reunión de la Organización Católica Internacional Católica. Luego del quehacer por la Patria, añade: “Pidamos a María –apóstol laico por excelencia – que nos haga comprender y amar nuestra misión, y nos proporcione luz y fuerza y alegría para que estemos a la altura de cuanto debemos hacer para lograr una Argentina mejor y, así, tener más para ofrecer a Dios”. Fueron sus últimas palabras en público y esto vale también para toda América Latina.



Octubre: Mes del Rosario

El Rosario, oración por la paz


El Rosario, mientras nos hace contemplar a Cristo, nos hace también constructores de la paz en el mundo. Por su carácter de petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación de Cristo a "orar siempre sin desfallecer" (Lc 18, I), nos permite esperar que hoy se pueda vencer también una "batalla" tan difícil como la de la paz.

De este modo, el Rosario, en vez de ser una huida de los problemas del mundo, nos impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia la caridad, "que es el vínculo de la perfección" (CoI 3, 14). (Juan Pablo II, Sobre el Santo Rosario n.40)


Nos han escrito…


Hola Padre Benito, Quería agradecerle por los Encuentros Energizantes. Muy bueno e interesante el artículo de esta chica tan joven y tan santa! Eugenia T.

De la Mariápolis Lía: agradecen el programa sobre la nueva “bienaventurada” Chiara Luce Badano, del Movimiento de los Focolares.

A todos los demás, un sincero agradecimiento, por sus estimulantes palabras, con la oración que nos une en este cenáculo cibernético. pB.

Dirección del programa: domingos@arnetbiz. com.ar

Este es..

... un espacio para peregrinar a través de las Cartas de San Pablo, un lugar para reflexionar, compartir, y disfrutar de La Palabra a través de su gesta como el Apóstol de las Gentes. Una oportunidad más para conocer a Pablo de Tarso, misionar con él y llevar la Palabra de Jesús Resucitado.