«Doblo las rodillas ante el Padre» (Ef. 3,14)
En los primeros capítulos de la carta a los Romanos san Pablo ha mostrado que todos los hombres son pecadores, incapaces de salvarse a sí mismos y necesitados de que Dios se acerque a ellos con su gracia.
De esta conciencia de la necesidad acuciante de auxilio de Dios y de su gracia brota la oración apostólica de Pablo. Pues todo su apostolado, ordenado como está a la salvación, sólo puede obtener su eficacia como gracia, como don de Dios.
Todas las cartas están empapadas de esta súplica insistente y confiada por el bien espiritual de los cristianos y por las necesidades de las diversas comunidades (1 Tes. 3,11-13; 5,23; 2 Tes. 1,11-12; 2,16-17; 3,5-16; Col 1, 9-10; Ef. 1,16-18; 3,16-19; Fil. 1,9-11).
Los dones que pide para sus cristianos son: conocimiento de Dios, de su amor, de sus planes, de su voluntad; que crezca su fe y su caridad; que se hagan dignos de su vocación agradando a Dios y realizando en su vida frutos de buenas obras; que Cristo sea glorificado en ellos y ellos en Él; que lleguen santos e irreprensibles al día de Cristo...
Como se ve, en muchos de los textos citados, san Pablo espera de Dios a través de la oración que sus cristianos alcancen la plenitud y la perfección de la vida en Cristo; su ardiente deseo era el crecimiento continuo de los que le habían sido confiados; para ellos pide expresamente esta plenitud y suplica a Dios que puedan presentarse «santos e irreprensibles» al encuentro definitivo con el Señor. Pues también esto es gracia de Dios. San Pablo sabe muy bien que el que ha iniciado la obra buena debe llevarla también a su consumación (Fil. 1,6), pues es Dios mismo quien obra en los hombres tanto el querer como el obrar (Fil. 2, 13).
En su oración entra también el pedir a Dios que realice sus proyectos de viaje (1 Tes. 3,10-11; Rom 1,9-10; 2 Tim. 1,3-4). Ello expresa su confianza en la Providencia en medio de las incontable dificultades, así como la convicción del poder de la oración para cambiar el curso de los acontecimientos y permitir el cumplimiento de los planes de Dios.
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