«Las armas de Dios » (Ef. 6, 11)
En el texto antes citado de 2 Cor. 10, 4, San Pablo proclama expresamente: «las armas de nuestro combate no son carnales», es decir, no son de orden humano o natural.
Y el fundamento de esta afirmación lo encontramos en el otro texto también citado de Ef. 6,12: la armas no pueden ser «carnales» porque la lucha «no es contra la carne y la sangre». Las armas tienen que ser adecuadas al género de enemigo y de combate. Precisamente porque la lucha es «contra los Espíritus del Mal», sólo valen «las armas de Dios»; sólo ellas hace posible «resistir a las asechanzas del Diablo» (v. 11) y «resistir en el día malo» y mantenerse firmes después de haber vencido todo (v. 13).
Con otras palabras, es necesaria la fuerza poderosa del Señor (Ef. 6,10). San Pablo lucha y se fatiga, pero con una energía que no es suya: «precisamente me afano luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí» (Col. 1,29). Cristo ha vencido al diablo (Mt. 4,1-11), y sólo en Cristo y con su fuerza es posible vencer.
Por eso el apóstol renuncia deliberadamente a apoyarse en los medios naturales humanos -la «armas carnales»- y acude a las «armas de Dios», las únicas eficaces en el combate apostólico y cristiano.
Y en Ef. 6,14ss. detalla en qué consiste esta armadura que hace invulnerable y vencedor: vivir en la Verdad revelada por Dios; estar revestidos de la santidad en la adhesión a la voluntad de Dios; el celo por el Evangelio; la fe viva; la salvación asimilada y vivida; la atención y acogida de la Palabra de Dios; la oración constante... Son en realidad las armas necesarias al cristiano; mucho más al apóstol.
Puesto que la acción de Satanás utiliza como arma fundamental el engaño y la seducción (2 Tes. 2,9-12), se comprende la insistencia en las armas que hacen vivir en la luz (la verdad, la fe, la Palabra de Dios...). Otras armas miran más a la unión con Dios o con Cristo (santidad, salvación...), que es nuestra fortaleza. Notar que junto a las armas defensivas están también las ofensivas (la Palabra de Dios, el celo por la difusión del Evangelio...).
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