«Doy gracias a mi Dios» (Fil. 1,3)
Es significativa en las cartas de San Pablo la presencia abundante de la acción de gracias: todas las cartas excepto Gálatas y Tito comienzan con una oración de acción de gracias (1 Tes. 1,2; 2,13; 2 Tes. 1,3; Rom. 1,8; 1 Cor. 1,4; Col. 1,3; Ef. 1,16; Fil. 1, 3-4; Flm. 4;2 Tim. 1,3). Ella nos testimonia que -a pesar de las innumerables deficiencias que Pablo detecta en sus comunidades- es capaz de percibir los signos positivos de conversión, de vida cristiana, de crecimiento; y es capaz de descubrir, tras esos signos, la acción amorosa y benevolente del Padre que ha derramado su gracia desbordante en sus cristianos.
Pablo da gracias a Dios por la obra de la redención, por la elección y predestinación a ser hijos de Dios... La fe, el amor mutuo, la esperanza constituyen el motivo más frecuente de la gratitud de Pablo: ellas ponen al hombre en contacto con Dios, le levantan a un nivel nuevo de existencia, y Pablo da gracias por ello como el máximo beneficio otorgado por Dios.
Juntamente con la acción de gracias brota de los labios de Pablo la oración de bendición (2 Cor. 1,3ss; Ef. 1,3ss). Esta oración, típicamente judía, es expresión de una mirada contemplativa que se admira ante los planes maravillosos y las obras grandes de Dios.
Tanto la acción de gracias como la bendición nos descubren al apóstol que es capaz de reconocer la acción de Dios en los acontecimientos y en las personas y se asombra ante ella. Una y otra son la reacción espontánea a la intervención de Dios que realiza su designio de salvación en medio de los avatares y vicisitudes de la historia humana.