«Olor de muerte» (2 Cor. 2, 16)
En el texto que citábamos al inicio de este capítulo, encontramos estas palabras. El Apóstol sabe que el anuncio del Evangelio es un acontecimiento dramático. Ciertamente a los que lo acogen les coloca en el camino de la salvación conduciéndolos a la vida eterna; pero a los que lo rechazan les pone en el camino de perdición, conduciéndolos al fracaso último y definitivo. No hay término medio. La predicación coloca a los hombres en esta disyuntiva necesaria (ver el texto paralelo de 1 Cor. 1,18).
Lo mismo que la presencia de Jesús en el mundo había provocado a los hombres a ponerse a favor o en contra de Él (Lc. 11,23), convirtiéndole en «signo de contradicción» (Lc. 2,34), así también el evangelizador, como «buen olor de Cristo», es signo de contradicción.
La predicación del Evangelio mira al destino supremo de la salvación o de la perdición de los hombres. En el momento del anuncio se anticipa en la historia el juicio último. La actitud de los hombres ante el mensaje de Cristo decide su suerte eterna. De ahí la exclamación de Pablo: «para esto, para una responsabilidad tan tremenda, ¿quién es capaz, quién está a la altura?».
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