«Con lágrimas en los ojos» (Fil. 3,18)
Sin embargo, como ocurrió con el Maestro, más intensos y continuos que los dolores físicos han sido los dolores interiores, morales o espirituales.
En el texto antes citado, tras la enumeración de los padecimientos físicos, continuaba Pablo: « Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?» (2 Cor. 11,28-29). Se trata de los sufrimientos que provienen de la caridad: cuando a uno le importan los demás no queda indiferente ante las dificultades y problemas de ellos...
Ya hemos visto cómo Pablo nos confesaba que sentía «una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón» (Rom. 9,2) a causa de sus hermanos israelitas, que en su gran mayoría habían rechazado al Mesías y el Evangelio de la salvación.
Cuando tiene que abandonar Tesalónica a causa de la persecución, debiendo dejar una comunidad joven y sin afianzar, Pablo sufre temiendo que todo quede reducido a la nada (1 Tes. 3,5); sólo cuando vuelve Timoteo trayendo buenas noticias, experimenta el consuelo en medio de sus tribulaciones y se siente volviendo a vivir (1 Tes. 3,7-8).
Particularmente el problema judaizante debió hacer sufrir enormemente al apóstol, pues veía que se deformaba la esencia del Evangelio y se perturbaba gravemente a las comunidades (Gal. 1,6-9). Escribiendo a los filipenses expresará su dolor con estas palabras: «muchos viven, según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo...» (Fil. 3, 18).
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