sino por la justicia, la paz y la alegría
que da el Espíritu Santo;
y de que sirve así a Cristo agrada a Dios,
En resumen: esmerémonos en lo
que favorece la paz y construye la vida común."
«Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia». II Corintios 9, 6
Dios es justo por lo tanto nos da lo que necesitamos. A veces nuestros planes no están acordes con el plan de Dios y ahí es que experimentamos sentimientos de depresión, desgaste en las relaciones de vida diarias como en el trabajo y en la casa, una continua sensación de fracaso, falta de compromiso con nosotros mismos y con los demás, miedos y angustias, frustraciones y sufrimiento, baja autoestima y un sentimiento de soledad y vacío existencial.
Pero si nos ponemos a analizar la frase que nos deja San Pablo podemos ver que el origen de todo lo que nos pasa está en nuestra manera de actuar. Si pensamos en pequeño, obtendremos pequeños resultados, si damos poco, recibiremos poco o nada.
Si estás deprimido hoy... piensa en cuántas veces has llevado alegría al triste. Si sientes que estás fracasando, ¿has reconocido en otros sus logros para que esos estén ahí para apoyarte? Y así sucesivamente examina cada uno de tus pesares y encontrarás su rastro en la misma fuente: Quien has sido tu para los demás. Piensa... ¿QUE Y CUANTO HAS SEMBRADO ANTERIORMENTE?
LA SIEMBRA ES OPCIONAL PERO LA COSECHA ES SIEMPRE OBLIGATORIA.
Los «méritos del alma», de los que habla Orígenes, son necesarios; pero son fundamentales los méritos de Cristo, la eficacia de su Misterio pascual. San Pablo nos ha ofrecido una formulación sintética en la Segunda Carta a los Corintios, hoy segunda lectura: «Al que no conocía el pecado, Dios lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él» (2 Co 5, 21). La posibilidad para nosotros del perdón divino depende esencialmente del hecho de que Dios mismo, en la persona de su Hijo, quiso compartir nuestra condición, pero no la corrupción del pecado. Y el Padre lo resucitó con el poder de su Santo Espíritu; y Jesús, el nuevo Adán, se ha convertido, como dice san Pablo, en «espíritu vivificante» (1 Co 15, 45), la primicia de la nueva creación. El mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos puede transformar nuestros corazones de piedra en corazones de carne (cf. Ez 36, 26).
Lo acabamos de invocar con el Salmo Miserere: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu» (Sal 50, 12-13). El Dios que expulsó a los primeros padres del Edén envió a su propio Hijo a nuestra tierra devastada por el pecado, no lo perdonó, para que nosotros, hijos pródigos, podamos volver, arrepentidos y redimidos por su misericordia, a nuestra verdadera patria. Que así sea para cada uno de nosotros, para todos los creyentes, para cada hombre que humildemente se reconoce necesitado de salvación. Amén.
Tomado de: SANTA MISA, BENDICIÓN E IMPOSICIÓN DE LA CENIZA - HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Basílica de Santa Sabina Miércoles de Ceniza, 22 de febrero de 2012