Pablo aprenderá también a no buscarse a sí mismo. Hará de su vida una respuesta de amor a Dios: «Yo vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Flp 1,21)… Pero ¿qué ocurre entonces cuando me descubro egoísta, buscándome a mi mismo muchas veces? ¿Descorazonarme? No: abandonarse en Él. Pablo parece decir: Señor, yo no puedo… Pero al igual que permitiste que el trigo y la cizaña convivieran juntos en la parábola… de igual manera, Señor, si mi disposición de entrega es total, es verdadera, Tú me librarás, Tú harás el resto… Así vemos a Pablo gritar: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom 7, 24)… “Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí” (2Cor 12,8). Pablo sabe abandona en un acto confianza: “¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo Señor nuestro!” (Rom 7,25). Solo si cedemos o consentimos en cosas que no van (orgullos, resentimientos, etc.), entonces, Él no podrá hacernos santos.
Una tercera disposición que Pablo vivirá es la humildad. Efectivamente, si todo es don, si todo es gracia, entonces se necesita una disposición de humildad, porque “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes”. Pablo lo sabe por experiencia propia cuando asegura que “llevamos este tesoro en recipientes de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (2Cor 4,7). Por tanto, ¿qué hacer cuando llegue la experiencia de la debilidad, de la pobreza, de la desnudez, de la miseria que tan frecuentemente experimentamos cuando permanecemos en el silencio de la soledad de la oración? Si no huimos con el ruido, si somos humildes, entonces también se cumplirán sus promesas en nosotros: Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino del Cielo…
Por último se necesita una buena dosis de determinación pase lo que pase: “Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre, pero el que persevere hasta el fin, ése será salvo” (Mt 10,22). En este sentido Pablo afirmará con gran seguridad: “Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo” (1Cor 1,8).
(Fin)
Por: Rafael Sanz
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