¡A veces, Dios nos hiere más eficazmente dejándonos en nuestra pobreza que sanándonos! Esta verdad explica muchas cosas de nuestra vida espiritual. Esto explica también por qué los pobres y los pequeños, los que han sido heridos por la vida, tienen con frecuencia unas gracias de oración que no se encuentran en los poderosos. Pablo, maestro de oración, nos enseña a mantener abierta la herida del corazón
Cualquiera que sea la actitud de Dios hacia nosotros, se haga cercano o parezca lejano, se muestre tierno o indiferente (¡en la vida de oración se dan estas alternativas!), su fin es siempre herirnos de amor cada vez más. ¡A veces, Dios nos hiere más eficazmente dejándonos en nuestra pobreza que sanándonos! En efecto, Dios no pretende tanto hacernos perfectos como unimos a El. Cierta perfección (según la imagen que solemos hacernos de ella...) nos haría autosuficientes e independientes; por el contrario, estar heridos nos vuelve pobres pero nos pone en comunicación con El. Y eso es lo que cuenta: no se trata de alcanzar una perfección ideal, sino de no poder pasar sin Dios, de estar ligados a El de una manera constante —lo mismo en nuestra pobreza que en nuestra virtud—, de modo que su amor pueda derramarse en nosotros sin cesar, y que sintamos la necesidad de entregamos totalmente a El, porque ¡es la única solución! Y ese es el lazo que nos santificará, que nos conducirá a la perfección.
Esta verdad explica muchas cosas de nuestra vida espiritual. Nos ayuda a comprender por qué Jesús no libró a San Pablo de su aguijón en la carne, de aquel «ángel de Satanás encargado de abofetearle», cuando El respondió: «Te basta mi gracia, pues mi fuerza se hace perfecta en la flaqueza» (2 Cor 12, 9). Esto explica también por qué los pobres y los pequeños, los que han sido heridos por la vida, tienen con frecuencia unas gracias de oración que no se encuentran en los poderosos.
¡Pablo nos enseña a mantener abierta la herida del corazón!
Por: Rafael Sanz Carrera
Pastoral Universitaria de Palencia, España
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