“Todo eso que para mi era ganancia, lo tuve por pérdida comparado con el Mesías; más aún, cualquier cosa tengo por pérdida al lado de lo grande que es haber conocido personalmente al Mesías Jesús mi Señor” (Flp 3, 7-8).
Para Pablo, en aquel encuentro con el Resucitado camino de Damasco, hubo algo que cambió ya para siempre su modo de relacionarse con Dios ¿Qué fue “eso” que percibió con gran claridad en su encuentro personal con Jesús de Nazaret? Fue, sin duda, una clara percepción de que en realidad todo es don, Gracia. Todo eso por lo que él había luchado, todo aquello que él había intentado cumplir de un modo, si se quiere decir así: técnico. Todo aquello en lo que el había puesto todo su empeño, aquel anhelo de santidad en el que había puesto todas sus fuerzas… Ahora sabe, con una luminosa claridad, que la prioridad radical de todo aquello es de Dios… Sí, todo es don.
Pero, si es un don, lo importante serán las disposiciones que nos permitan recibir dicho don. Efectivamente, a la hora de recibir no podemos ir con los puños cerrados, a fuerza de voluntad o exigiendo algo. Al contrario, si se trata de un don, habrá que abrir la mano y saber pedir con las disposiciones adecuadas para que se nos conceda… Pero ¿qué disposiciones? Veamos.
Si la primacía esencial está en Él, entonces la primera disposición es la fe en Él: he de confiar en Él. Pablo vive de y en esa fe: “Yo vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Flp 1,21). Entonces, en mi relación con Dios ¿qué hacer con mis estados de ánimo o desánimo? ¿Y con mis miserias…? ¿Desanimarme? No. Confiar en sus promesas: Cuando ores entra en tu habitación y tu Padre que ve en lo escondido te escuchará… Al que viene a Mí no lo echaré fuera… Y si me encuentro sin frutos, estéril, o dormido… ¿Abandonar? No. Hacer un profundo acto de fe en que sus promesas se cumplirán: Pedid y se os dará, buscad y hallareis, llamad y se os abrirá, porque el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abre… Como la fe de Abraham que: “esperando contra toda esperanza, creyó… y respecto a la promesa de Dios, Abraham no titubeó con incredulidad, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios… con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido” (Rom 4,18.20-21).
(continuará)
Autor: Rafael Sanz
tan_gente
Pastoral Universitaria de Palencia
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