En el camino a Damasco, me parece que san Pablo descubre una orientación nueva en su vida espiritual. El, en aquel momento, ya sabe hasta donde ha sido capaz de llegar llevado por el celo de su religiosidad: hasta la persecución, el odio y la muerte… Esta triste realidad se le hace evidente ante la presencia amorosa del crucificado. Efectivamente, Pablo se descubre en su odio, mirado con un inmenso Amor, con un Amor salvífico. Muchos años después nos describirá su nueva experiencia vital al escribir su himno a la caridad (1Cor 13). Aquel encuentro con el resucitado, aquella presencia amorosa le indicará a Pablo el camino que ha de seguir: la prioridad de la Caridad. Pablo dirá: Tened en vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo… Y también: Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20). Una última cosa. ¿Cómo llegó el Apóstol hasta esta identificación con Cristo? Este hombre orgulloso y fanático ¿qué camino siguió para alcanzar la santidad? Veamos.
Pablo fue un cruel perseguidor de la Iglesia: “Yo me sentía obligado a combatir con todos los medios el nombre de Jesús Nazareno. Así lo hice en Jerusalén… Yo mismo encerré a muchos santos en las cárceles; y cuando se les condenaba a muerte, yo contribuía con mi voto. Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza de castigos les obligaba a blasfemar y, rebosando furor contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras” (Act 26,9-11). Sin embargo, llama la atención el hecho de contar tan repetidamente este pasado que tanto parece herirle. Es como si intencionadamente no quisiera que se le cerrara esa herida que le humilla y le duele tanto… De este modo Pablo llenaba su oración personal de afectos de dolor y pena: la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación (2Cor 7,10). Pablo parece preguntarse ¿por qué permitió el Señor este comportamiento mío? Y él parece responder que el Señor lo permitió para que pudiera recorrer el camino que va del orgullo y la soberbia a la humildad del corazón herido. Muchas veces, Dios Padre, hiere el corazón profundamente como hizo con su Hijo. Y solo entonces, la oración se hace más humilde y afectuosa, más desde el corazón. Dicen los místicos que el Corazón de Jesús fue abierto para que el Amor divino pudiera derramarse sobre nosotros y para que a través de esa santa herida tuviéramos acceso a Dios. Y que sólo podremos recibir esa efusión de Amor, si nuestro propio corazón se abre también por una herida. Solo entonces habrá un auténtico intercambio de amor que es el único fin de la vida de oración; entonces llega a ser lo que debe: ¡un corazón en otro Corazón!
(continuará)
Autor: Pbro. Rafael Sanz Carrera
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