«Con celo de Dios...» (2 Cor. 11,2)
Ante las infidelidades de los corintios a Cristo y a su mensaje, Pablo deja aparecer algunos de sus más profundos sentimientos de apóstol, con unas expresiones un tanto sorprendentes: «Celoso estoy de vosotros con celo de Dios».
Para entender estas expresiones hemos de recurrir al A.T., donde el amor de Dios se revela como «fuego devorador» (Dt. 4,24), como amor celoso que exige un amor exclusivo como respuesta. Dios es «un Dios celoso» (Ex. 20,5) y su celo subraya el carácter absoluto de Dios mismo, que ha de ser amado incondicionalmente, totalmente, exclusivamente, que es exigente porque no puede compartir un lugar en el corazón del hombre con criatura alguna. Y, a la vez, este celo de Dios nos habla de un amor apasionado que no tolera ninguna imperfección, engaño o defecto en aquel a quien ama.
Pues bien, Pablo comparte los sentimientos divinos respecto a los corintios y a los demás cristianos, participa del amor apasionado que Dios tiene por su pueblo. Como amigo del Esposo (cf. Jn. 3,29), testigo del amor nupcial de Cristo, participa de los celos de Dios, del deseo ardiente y apasionado que Cristo tiene de que la Esposa -la comunidad de Corinto en este caso- pertenezca total y exclusivamente a su esposo: «os tengo desposados con un solo Esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo» (2 Cor. 11,2).
Es este amor ardiente y violento el que le impulsa a no tolerar ninguna infidelidad en la esposa y el que le mueve a prevenirla ante el temor de que tal infidelidad pueda ocurrir: «me temo que, al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes apartándose de la sinceridad con Cristo» (2 Cor. 11,3). La adhesión a doctrinas erróneas constituiría ciertamente una infidelidad (v. 4), pues alejarían del Cristo real, el único verdadero.
Por otra parte, estas expresiones nos hablan del desinterés del amor de Pablo, pues él no pretende de ningún modo vincular los cristianos y las comunidades a sí mismo, sino a Cristo. Lo que le hace arder es el deseo de que sean fieles al Señor y lo que le duele y le hace temer es el temor de la infidelidad a Cristo. Pero para sí mismo no busca nada. No pretende adhesiones a su persona. En todo caso reclama la adhesión a sí mismo en cuanto apóstol auténtico frente a los falsos apóstoles; en consecuencia, para provocar la adhesión a Cristo y a su mensaje. Como Juan Bautista, podía decir: «yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de El», se alegraba de que el Esposo poseyera a la Esposa, y se apartaba sinceramente dejando que Cristo creciera y él fuera progresivamente disminuyendo (cf. Jn. 3,28-30).
Es este amor ardiente y desinteresado a la vez el que llevará a Pablo a dirigirse con «gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas» (2 Cor. 2,4) a aquellos que están tentados de ser infieles al Evangelio. En virtud de este amor les rogará, les exhortará, les amenazará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario