Encuentros Vitaminas energizantes n.8 - Reflexión
¿El corazón? ¡Un basurero nuclear!
El Adviento: tiempo propicio para “sanar” el corazón
A ¡No me gusta esperar!: y, a pesar de eso, Dios nos regala el Adviento: un tiempo para esperar… En un mundo frenético como el nuestro, se nos hace este regalo, para prepararnos a la venida de Cristo. Tiempo privilegiado para “un cara a cara” con lo que está oculto en nuestro corazón y condiciona nuestras relaciones con Dios y con la gente. Dios espera que pongamos ante él el fardo pesado de nuestros pecados para “sanar” el corazón, fuente de los males que nos aquejan. Por eso hemos escogido una “reflexión” evangélica en lugar de los habituales “testigos de vida”, confiando sea de verdadera sanación para muchos. Diagnóstico “evangélico” del corazón - Este diagnóstico detecta en el corazón humano catorce Isótopos radioactivos altamente contaminantes, capaces de generar enfermedades terminales, destrucción y muerte en las personas y en la sociedad. Ya lo advertía Jesús, y amonestaba acerca de sus imprevisibles reacciones en cadena, de no ponerles atajo, como lo registran puntual y crudamente los evangelios de Marcos (7, 20-23) y de Mateo (15,18-20).
Los enunciamos como aparecen en los Evangelios: Los malos pensamientos: el “mal pensar” pervierte de raíz todo acto humano y se transmite de forma incontrolable, como un río desbocado. La fornicación: cosificación de la persona, usada “sólo como un pedazo de carne”, sin amor...hace sospechosa hasta la misma inocencia.
Los robos: sustraerle al otro lo suyo, a veces lo poco que tiene, ganado a pulso, con sudor; y se le priva de bienes, de seguridad y confianza... Los homicidios: irradian la muerte, privan la vida que es todo lo que tenemos; la cadena comenzada por Caín no se ha interrumpido nunca…
El adulterio: destruye los vínculos más sagrados del amor. Al herir la fidelidad, destruye y contamina el matrimonio, la justicia, la familia.
La avaricia: sed desmedida del dinero, ídolo famélico: acumulado, inutilizado, y un sin fin de gente sin pan, sin trabajo, en la miseria.
La maldad: resume un estado de infección generalizada; el malvado vive por y para el mal...y se solidariza con todos los que hacen el mal...
El engaño: con sus segundas intenciones, apunta directamente contra Dios - ¿es que DIOS nos ve? -; y envenena las relaciones a todo nivel y carcome el tejido social donde mismo se gesta.
El desenfreno: el relajo, la deshonestidad, la disipación, lo queman todo en la hoguera de los sentidos. Al final, sólo cenizas y una infinita tristeza.
La envidia: isótopo radioactivo y contaminante como ninguno, cuya víctima fatal es quien la cultiva y no sólo quien es el objetivo de la misma.
La blasfemia: tomar de pecho a Dios, vicio inútil e improductivo... igual que escupir contra viento.
La soberbia: el soberbio se engaña a sí mismo, pues, al creerse único y necesario, se aísla. Dios se ríe de los soberbios, los humilla: caen en su misma trampa. Mientras tanto, siembran la historia de delitos sin fin…
La estupidez: el elemento radioactivo menos costoso y más ampliamente difundido en todos los estratos sociales, a lo largo y ancho del mundo y de la historia. Sujeto a una constante reacción en cadena, es altamente tóxico, pues sienta cátedra… La Biblia acota, casi con crueldad: ¡No hay un solo hombre que piense dentro de sí!....
Los falsos testimonios: recurso muy socorrido en el campo judicial, se ha vuelto normal en los juicios políticos. Destruye a personas e instituciones y perdió al mismo Jesús. Sólo Dios puede “sanar” el corazón humano. Son verdaderos deshechos nucleares - ¡y hay muchísimos más! - que no sólo contaminan, sino que, con su peligrosa radioactividad, en constante expansión, son muy difíciles de controlar y exigen una alerta permanente...
El profeta Jeremías, habitualmente pesimista, hace una afirmación desalentadora: “Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo” (Jer 17,9). Sólo Dios, que conoce y sondea ese abismo, puede descontaminarlo con su amor infinito, paciente y compasivo. De allí la súplica del Salmo: “Crea en mí un corazón puro” (Sal 50); Mientras tanto a todos se nos urge vivir en un estado de constante “vigilancia”, para prevenir cualquier desastre en las personas y de la sociedad. De ahí que aprovechemos el tiempo de ADVIENTO, para un cambio de vida, es decir: para la convers¡ón del corazón. (p. Benito)
DAME UN CORAZÓN NUEVO
Señor, quítame el corazón de piedra, quítame el corazón endurecido…, dame un corazón nuevo, un corazón de carne, un corazón puro. Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él; penétralo y cólmalo tú que eres mi bien supremo y más íntimo a mí que yo mismo. Tú, belleza ejemplar y sello de santidad, sella mi corazón con tu imagen; sella mi corazón con tu misericordia, tú, Dios de mi corazón, Dios, mi herencia eterna. Amén. Balduino de Canterbury Ref:
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