«Todo para edificación» (1 Cor. 14,26)
Llama la atención que San Pablo contempla a sus cristianos como colaboradores activos y no como meros receptores pasivos. Ya hemos tenido ocasión de comprobar cómo les pide la ayuda de su oración y les insiste en que sean luz a su alrededor...
En Corinto se alojó en casa de Aquila y Priscila (He. 18,2-3) y luego los llevó consigo a Efeso, dejándolos allí mientras él se dirigía a Jerusalén; ellos instruyeron a Apolo (He. 18,25-26), y debió ser grande la alegría de Pablo al encontrar a su vuelta que la dinámica pareja había establecido ya los fundamentos de la Iglesia en Efeso; en 1 Cor. 16,19 los encontramos enviando saludos desde Efeso, donde tienen una comunidad que se reúne en su casa. Pablo les agradecerá que «expusieron sus cabezas» para salvarle (Rom. 16,3-5).
En Rom. 16 aparece una larga lista de colaboradores, hombres y mujeres, con quienes -y no sólo para quienes- Pablo trabaja; varias veces en esos versículos aparece el término «colaborador», así como la expresión «fatigarse», que en el lenguaje paulino es sinónimo de cooperar activamente en la propagación de la Iglesia. Igualmente se alude a diversos colaboradores en otros textos: 1 Cor. 16,15-17; Fil. 2,25; 4,2-3...
Detrás de esta conducta esta la convicción de Pablo de que en la Iglesia todos los miembros son necesarios (1 Cor. 12, 14-30) y de que cada uno ha de poner los dones o carismas recibidos al servicio de los demás para edificación y crecimiento de la Iglesia (1 Cor. 12, 4-7; Rom. 12, 4-8; Ef. 4,7-13). Era muy consciente de que cada cristiano ha recibido su don propio y de que sin la colaboración de todos no puede realizarse la construcción del Cuerpo de Cristo. Confiaba en el Espíritu Santo y en sus dones, consciente, a la vez, de que todos los dones no pueden encontrarse reunidos en una sola persona.
Además de procurar que cada comunidad pudiera seguir funcionando por sí misma -llegando a ser él mismo innecesario-, contaba con que cada comunidad colaborase en la irradiación del Evangelio a su alrededor; así lo había experimentado -como hemos visto- en el caso de Tesalónica (1 Tes. 1,7-8) y esperaba que debía continuar sucediendo; escribe, por ejemplo, a los de Corinto: «esperamos, mediante el progreso de vuestra fe, engrandecernos cada vez más en vosotros conforme a nuestra norma, extendiendo el Evangelio más allá de vosotros...» (2 Cor. 10,15-16).
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