Un lugar para caminar con San Pablo... para llevar a Cristo a cada persona en cada paso... un espacio para peregrinar a través de las Cartas de San Pablo, un lugar para reflexionar, compartir, y disfrutar de La Palabra a través de su gesta como el Apóstol de las Gentes. Una oportunidad más para conocer a Pablo de Tarso, misionar con él y llevar la Palabra de Jesús Resucitado.
jueves, diciembre 30
Pablo Apóstol: Un trabajador que anuncia el Evangelio por Carlos Mesters PRIMER PERIODO DE LA VIDA DE PABLO
PRIMER PERÍODO
El judío practicante
Desde el nacimiento, a los 28 años de edad
La Biblia informa muy poco sobre este período, el más largo de la vida de Pablo. La mayor parte de las informaciones usadas para la composición de este capítulo fue sacada de los otros escritos de la época, tanto judíos como griegos y romanos.
1. Lugar y ambiente en el que Pablo creció y se crió
Pablo nació en Tarso, en la región de Cilicia, Asia Menor, actual Turquía (Hch 9,11; 21,39; 22,33; cf. 9,30; 11,25). Ciudad bonita, grande; según los cálculos de algunos estudiosos, tenía alrededor de 300.000 habitantes. Mucha gente, calles estrechas, casas pequeñas, vida apretada, mucho ruido. Hacia el sur, la ciudad se abría al mar Mediterráneo; al Norte, se extendía al pie de unos cerros que se elevaban hasta los 3.000 metros de altura. Tarso era un centro importante de cultura y comercio. Poseía un puerto muy activo. La calzada romana, que unía Oriente y Occidente, pasaba por allí.
¿Cómo es que Pablo, siendo judío, pudo nacer en una ciudad griega de Asia Menor? De la misma forma que los nordestinos del Brasil nacen en San Pablo! Desde el siglo sexto antes de Cristo, hubo mucha emigración de judíos fuera de Palestina. En casi todas las ciudades del Imperio Romano, había barrios judíos, cada uno con su sinagoga y organización comunitaria. Constituían así, la llamada ‘diáspora’ (dispersión).
Existía una comunicación muy intensa entre Jerusalén y la diáspora; romerías, visitas, promesas, estudio... Jerusalén era el centro espiritual de todos los judíos. Así se entiende cómo Pablo, nacido en Tarso, creció en Jerusalén (Hch 22,3; 26,4-5; cf. 23,16). El mismo decía: “Todos los judíos saben cómo fue mi vida desde la juventud y cómo desde el inicio viví en medio del Pueblo y en Jerusalén” (Hch 26,4).
Nacido en el seno de una familia judía, Pablo se crió en las exigencias de la Ley de Dios y de las “tradiciones paternas” (Gál 1,14). Los judíos de la diáspora eran judíos practicantes. Su mayor preocupación era la observancia de la Ley de Dios. Por eso luchaban contra aquellas leyes y costumbres del Imperio Romano que dificultaban o impedían la observancia de la Ley de Dios; por ejemplo: prestar culto al emperador, trabajar en día de sábado, prestar servicio militar. De este modo conservaban viva la obligación de ser “la nación consagrada, propiedad particular” de Dios (cf. Ex 19,3-8) y se mantenían “separados”, diferentes de los demás pueblos (cf. Esd. 10,11; Esd. 9,1-2). Por esa razón eran hostilizados y perseguidos (cf. Hch 18,2). Pero cargaban ‘la cruz de la diferencia’ como expresión de la voluntad de Dios.
Pablo nació y creció en ese ambiente protegido y rígido del barrio judío. Desde allí observaba el ambiente abierto y hostil de la gran ciudad griega. Estos dos ambientes marcaron su vida. El poseía dos nombres, uno para cada ambiente: ‘Saulo’, el nombre judío (Hch 7,58), y Pablo, el nombre griego (Hch 13,9). El prefiere y firma Pablo. Dios le llama Saulo (Hch 9,4).
2. ¡Juventud y formación!
Como todos los niños judíos de la época, Pablo recibió su formación básica en la casa paterna, en la sinagoga del barrio, en la escuela adjunta a la sinagoga. La formación básica comprendía: aprender a leer y a escribir; estudiar la Ley de Dios y la historia del pueblo; asimilar las tradiciones religiosas; aprender las oraciones, sobre todo los salmos. El método era: preguntas y respuestas; repetir, aprender de memoria; disciplina y convivencia.
Además de la formación básica en Tarso, Pablo recibió una formación superior en Jerusalén. Estudió a los pies de Gamaliel (Hch 22,3). Ese estudio comprendía las siguientes materias:
1. La Ley de Dios, llamada Torá: Comprendía los cinco primeros libros de la Biblia (el Pentateuco). El estudio se hacía a través de lecturas frecuentes hasta aprenderlo todo de memoria.
2. La tradición de los antiguos: Actualizaba la Ley de Dios para el pueblo. Tenía dos partes que ellos llamaban en su lengua, Halaká y Hagadá.
• La ‘Halaká’ enseñaba cómo vivir la vida de acuerdo con la Ley de Dios. Comprendía las costumbres y las leyes complementarias, reconocidas como tales por las autoridades competentes... Había la Halaká de los fariseos, la más estricta, y la de los saduceos. Pablo se formó en la Tradición de los Fariseos (Flp 3,5; Hch 26,5)
• La ‘Hagadá’ enseñaba cómo leer la vida a la luz de la Ley de Dios. No tenía aprobación oficial de las autoridades. Era más libre. Comprendía las historias de la Biblia. Esta manera de recordar y leer la historia antigua ayudaba al alumno a leer su propia historia y a descubrir en ella las llamadas de Dios.
3. La interpretación de la Biblia: llamada Midrash. Midrash significaba ‘búsqueda’. Enseñaba las reglas y la manera de buscar el sentido de la Sagrada Escritura para la vida del pueblo y de las personas. Es decir, enseñaba a descubrir que la ventana del texto, por donde se ve el pasado del pueblo, es también el espejo donde se ve el hoy del mismo pueblo.
La lectura de la Biblia era el eje de la formación. Marcaba la piedad del pueblo. “Desde niño” (2Tm 3,15), los judíos aprendían la Biblia. Era sobre todo la madre, en casa, quien cuidaba de transmitirla a los hijos (2Tm 1,5 y 3,14). Así, desde pequeño, Pablo aprendió que “toda Escritura es inspirada por Dios y útil para instruir, para refutar, corregir, educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, apto para toda buena obra” (2Tm 3,16-17; cf. Rom 15,4; 1Cor 10,6-11). En esta práctica del pueblo judío está el origen de la “lectura orante” que hoy hacemos de la Biblia.
Mientras Pablo estudiaba en Jerusalén, vivía en Nazaret otro joven, llamado “Jesús”. Era pobre. No tuvo condiciones de estudiar en Jerusalén. Para sobrevivir, trabajaba en el campo y en la carpintería. Pablo y Jesús, al parecer nunca se encontraron durante la vida (cf. 2Cor 5,16). Jesús era cinco u ocho años mayor que Pablo. Los dos debieron recibir la misma formación básica en casa, en la sinagoga y en la escuela anexa a la sinagoga.
Pablo es de la ciudad. Jesús era del campo, del interior. Las comparaciones de Jesús son casi todas del mundo rural: simiente, campo, flores... Las comparaciones de Pablo vienen del ambiente de la gran ciudad que marcó su vida. Pablo a lo mejor no entendía mucho de labranza y de plantas, pero entendía de juegos urbanos. Una ciudad del tamaño de Tarso tenía su estadio de deportes, donde, cada cuatro años, se organizaban juegos de atletismo: carreras, luchas, lanzamiento de disco, tiro al blanco, etc. De joven, Pablo debió ser aficionado a los juegos en el estadio. Pues, de adulto, todavía se acuerda de ellos y los usa para comparar las exigencias del Evangelio: ganar la corona (1Cor 9,25), alcanzar la meta (Flp 3,12-14), conseguir el premio (1Cor 9,24), luchar sin dar golpes en el vacío (1Cor 9,26), correr en la dirección debida (1Cor 9,26; cf. Gál 2,2; 5,7; Flp 2,16). Habla de combate (2Tm 4,7) y pelea (1Cor 9,26). Conoce el esfuerzo y la disciplina de los atletas (1Cor 9,25).
3. Profesión y clase social
Pablo era fabricante de lonas (Hch 18,3). Según las costumbres de la época debió aprender la profesión de su propio padre. Tal aprendizaje empezaba a los trece años de edad y duraba dos o tres años. El aprendiz trabajaba de sol a sol y obedecía a una disciplina rígida. Aprendía la profesión para tener un medio de vida como trabajador o para suceder al padre en la administración de los negocios. Esto dependía del tamaño de la fortuna del padre. ¿Cuál era la fortuna del padre de Pablo?
Pablo se enorgullecía al decir que era “ciudadano romano” (Hch 16,37; 22,25), pues tenía ese derecho de “nacimiento” (Hch 22,29), es decir, lo recibió del padre. Esto significaba que el padre o el abuelo de Pablo consiguió adoptar la ciudadanía romana, hasta el punto de poder legarla a los hijos. Esto suponía una “gran suma de dinero” (Hch 22,28). Algunos estudiosos llegan a la conclusión de que el padre debía ser dueño de una oficina con empleados. Por eso es probable que Pablo aprendiera la profesión, no tanto para tener un medio de vida como trabajador, sino sobre todo, para administrar la oficina del padre, como propietario.
Como ‘ciudadano’, Pablo era miembro oficial de la ciudad (polis) y podía participar en la asamblea del ‘pueblo’, en la que se discutía y se decidía todo cuanto se relacionaba con la vida y la organización de la ‘polis’ (ciudad). De ahí deriva la palabra ‘política’. En aquel tiempo las ciudades tenían mucho más autonomía que hoy. La sociedad tenía tres clases básicas: ciudadanos, libertos y esclavos. Solamente los ‘ciudadanos’ eran considerados ‘pueblo’ y sólo ellos podían participar en las asambleas. Los esclavos, los libertos y extranjeros eran excluidos de toda participación. Los griegos llamaban a ese sistema ‘demo’ (pueblo) - ‘cracia’ (gobierno). En realidad, no era “gobierno del pueblo”. Era solamente gobierno de la pequeña elite de los ‘ciudadanos’.
Al interior del Imperio Romano, en la mayor parte de las grandes ciudades, los judíos vivían organizados en asociaciones, reconocidas por los gobiernos de las ciudades. Estas asociaciones (llamadas ‘politeuma’) poseían cierta autonomía. A través de ellas, los judíos luchaban para hacer valer sus derechos ante el gobierno del Imperio. La mayor lucha de las asociaciones de los judíos de la diáspora se centraba, sobre todo, en torno a dos objetivos:
1. Plena integración de sus miembros como ‘ciudadanos’ en la vida de la ciudad: así tendrían derecho a estar exentos de determinadas tasas e impuestos.
2. Plena libertad religiosa: así podrían observar la Ley de Dios y las “tradiciones paternas”.
Consiguieron buenos resultados en aquella lucha desde los tiempos de Julio César (entre el año 47 y el 44 antes de Cristo). Se entiende así por qué los judíos de la diáspora no sentían tanto el peso del domino romano. Estos no eran tan explotados como los agricultores del interior de Palestina. Incluso tenían ciertos privilegios. Esto explica, en parte, por qué Pablo no hacía una oposición directa al Imperio. Llegó incluso a pedir que “todo ser humano se someta a las autoridades constituidas” (Rom 13,1).
No tenemos noticia de cómo el ‘ciudadano’ Pablo de Tarso participaba en la vida política de su ciudad o en las asociaciones de los judíos. Pero sabemos que participaba activamente en la vida de su comunidad. Tenía cualidades de líder; fue testigo oficial de la ejecución de Esteban (Hch 7,58); fue emisario del Sanedrín para Damasco (Hch 9,2; 22,5; 26,12). Algunos estudiosos creen que llegó a ser miembro del Sanedrín, es decir, del Supremo Tribunal de la comunidad judía en Jerusalén.
Ciudadano romano, ciudadano de Tarso (Hch 21,39), alumno de Gamaliel; formación superior, líder nato, miembro activo de la comunidad; probablemente preparado para hacerse cargo de la oficina de su padre: todos estos títulos y cualidades sitúan a Pablo entre la élite de la sociedad; tanto por su formación como por los bienes que poseía y por su liderazgo. Pablo tenía ante sí un futuro prometedor y la posibilidad de una carrera brillante. Pero la entrada de Jesús en su vida modificó esa situación ventajosa. Lo que era ganancia, se volvió pérdida (Flp 3,7). Por Cristo perdió todo. El mismo dirá más tarde “Por su causa perdí todo, y considero todo como basura, a fin de ganar a Cristo y estar con El” (Flp 3,8).
4. El ideal del judío practicante
Pablo siempre fue un hombre profundamente religioso, judío practicante, irreprensible en la más estricta observancia de la Ley (Flp 3,6; Hch 22,3), “lleno de celo por las tradiciones paternas” (Gál 1,14). Para defender esas tradiciones, llegó a perseguir a los cristianos (Hch 26,9-11; Gál 1,13). En una palabra, Pablo procuraba realizar el ideal de la religión de sus padres. ¿Cuál era ese ideal?
En el origen del pueblo judío está la ‘Alianza’. En la Alianza hay dos aspectos que se complementan. El primero: Dios, en su bondad, toma iniciativa de la Alianza y, sin mérito alguno por parte del pueblo, lo acoge y justifica (Ex 19,4; Dt 7,7-8; 4,32-38; 8,17-18; Rom 3,21-26; 5,7-11). Es la ‘gratuidad’. El segundo: una vez aceptada la propuesta de Dios, el pueblo tiene que cumplir las cláusulas de la Alianza para poder realizar la justicia (Ex 19-5,6; Dt 39-40; 5,15; 6,25; Rom 6,12-18; Gál 5,13-15). Es la ‘observancia’ ¡Gratuidad y observancia! (Dos lados de la misma medalla, hasta hoy; don de Dios y esfuerzo nuestro; providencia divina y eficiencia humana; fe y política; fiesta y lucha; soñar y planificar). Un lado sólo, sin el otro, daría una Alianza incompleta. En algunas épocas de la historia, se insistía más en la ‘gratuidad’: “Dios hace todo”. Y a veces el pueblo caía en un ritualismo vacío sin compromiso. En otras épocas, se insistía más en la ‘observancia’: tenemos que cumplir la Ley”, y a veces se caía en un legalismo exagerado (cf. Mt 12,7; 5,17-20).
En el tiempo de Pablo, el acento caía en la observancia. Aquel ideal de la observancia, que venía marcando la vida del pueblo, ya desde la reforma de Esdras, en el 398 antes de Cristo (Neh 8,1-18; 10,29-30), poco a poco iba desviándose. La ‘observancia’ ya no dejaba espacio a la ‘gratuidad’: se olvidaban de la misericordia (cf. Mt 9,13). La relación con Dios se volvió un comercio: ‘Yo doy algo a Dios para que El me pague. Si observo toda la Ley, puedo exigirle a Dios que me dé la recompensa prometida y merecida’. Así, cuanto más estricta la observancia, tanto más garantizada la conquista de la justicia! Por eso, a lo largo de los siglos, surgieron varios movimientos reformistas que apuntaban hacia una observancia cada vez más estricta: recabitas, hassidim, fariseos, esenios, zelotes... Pablo pertenecía al grupo de los fariseos (Flp 3,5).
En la práctica, sin embargo, Pablo experimentaba en sí mismo una contradicción: “Está en mí el querer el bien, pero no soy capaz de hacerlo. No hago el bien que quiero, y sí el mal que no quiero” (Rom 7,18-19). A pesar de todo su esfuerzo, Pablo no era capaz de cumplir la Ley de Dios y alcanzar la justicia-santidad (cf. Rom 7,14-24). Pedro decía lo mismo: “La observancia de la Ley es un peso que ni nuestros padres, ni nosotros, pudimos soportar” (Hch 15,10). Pero aún así, a pesar de esta experiencia dolorosa de la propia debilidad, los judíos continuaban luchando para alcanzar el ideal. Esperaban poder superar algún día la propia debilidad, llegar a la observancia perfecta de la Ley y, así alcanzar la justicia-santidad. Justo, o sea santo, era el que había conseguido llegar hasta el lugar en que Dios lo quería. San José era “un justo” (Mt 1,19).
Ese ideal fue el que animó a Pablo durante los primeros 28 años de su vida (Flp 3,5-6). Pero llegó el momento en que descubrió que el ideal de la observancia no era capaz de llevarle hasta Dios. No era suficiente para conquistar la santidad. Fue éste el momento de la gran crisis.
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