Las cartas de san Pablo representan una parte notable del Nuevo Testamento. Es ya pacífica entre los estudiosos la distinción entre las cartas que se remontan al Apóstol y las que se atribuyen más bien a su círculo directo de discípulos; cartas que, en cualquier caso, la Iglesia ha consideradado desde siempre como «canónicas». El epistolario es un gran proyecto, cuyo contenido consideraremos de manera sumaria.
Si nos fijamos en el cómputo de los versículos, el corpus de las 13 cartas que llevan el nombre de Pablo comprenden 2.003 de un total de 5.621 de todo el Nuevo Testamento. Estamos, pues, ante un material textual relevante, dentro del cual emergen claras variantes de vocabulario, de estilo y de temas. Sobre estas variantes, a partir del siglo XVIII, los estudiosos han fijado el microscopio del análisis histórico-crítico y literario.
La «tradición paulina»
Progresivamente se ha llegado a una conclusión –hoy preponderante entre los exégetas– según la cual seis cartas atribuidas titularmente a Pablo serían en realidad «pseudoepígrafas» o «deuteropaulinas», es decir, puestas bajo el nombre y la autoridad del Apóstol, pero en realidad procedentes de discípulos suyos y de la que se ha denominado la «tradición paulina» (Efesios, Colosenses, 2Tesalonicenses, 1 y 2Timoteo, Tito). Esta conclusión merece, sin embargo, dos observaciones de índole general.
1) La primera es de corte histórico-literario. Los argumentos críticos son, sin duda, notables: por ejemplo, en una de las más importantes de estas cartas deuteropaulinas, la carta a los Colosenses, se encuentran 34 palabras completamente inéditas en todo el Nuevo Testamento, 28 extrañas al epistolario estrictamente paulino; se ignoran los temas fundamentales tan queridos por el Apóstol como la justificación, la fe, la ley; la construcción de las frases es pesada, prolija y repetitiva; se revela el uso de la retórica clásica y se hallan ausentes las referencias directas, típicas de Pablo; Cristo es presentado según un inesperado perfil de Señor cósmico, «cabeza de todo principado y potestad» (2,10) «Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades: todo fue creado por él y para él» (1,16); como aquel que «es anterior a todo, y todo se mantiene en él» (1,17), y por él quiso Dios «reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra» (1,20); ya no está en escena la Iglesia local, sino la universal de la que Cristo es la «cabeza», cambiando de este modo la imagen paulina clásica de la Iglesia como «cuerpo de Cristo» (1Cor 12).
Podríamos extendernos ampliamente fijándonos en las variantes temáticas de este escrito, partiendo de un concepto del acto de fe, no ya considerado como acto de adhesión personal radical, sino como «conocimiento» de un contenido de verdad (fides quae más que fides qua, por usar el lenguaje teológico posterior). Y así sucesivamente con otras muchas sorpresas, generalmente indicadas en los comentarios de la carta. Dicho esto, hay que reconocer también que semejantes consideraciones, aunque muy notables e imprescindibles, referentes a la carta a los Colosenses y a las otras deuteropaulinas, nunca son absolutamente apodícticas, ya que de por sí no se pueden excluir evoluciones estilísticas y temáticas en un pensador tan creativo y original como es Pablo.
2) Existe, también, otra observación importante, de corte más teológico: las cartas deuteropaulinas siguen siendo «canónicas», y, reconociéndolas como pertenecientes al horizonte de los discípulos paulinos, no se invalida la inspiración divina. Como hacía notar la Dei Verbum (7 y 8), el hecho de que algunos textos neotestamentarios procedan de autores «del círculo» de los Apóstoles no afecta a su «canonicidad», ya que también estos escritos son «apostólicos», en el sentido que testimonian –aunque sea de manera mediata– la predicación apostólica (pensemos, por ejemplo, en el caso de Marcos y Lucas).
Como se lee en un comentario a otra importante carta considerada «pseudoepígrafa», la carta a los Efesios (de Stefano Romanello), «el hecho de que Pablo no sea el autor de la carta no resta nada al valor con el que la comunidad creyente la acoge. En todo caso, en la carta estamos en contacto con una predicación apostólica, es decir, con un testimonio de la fe de la Iglesia de los orígenes, que no queda vinculada de manera estática a la figura del Apóstol fundador, sino que elabora la palabra como un tesoro vivo, que se hace significativo para las nuevas situaciones en las que la comunidad se va encontrando».
Un plan de lectura integral
Llegados a este punto quisiéramos proponer de modo extremadamente esencial un itinerario en las dos áreas del corpus paulino, a partir de la directamente atribuida al Apóstol. De este modo se podría configurar también un plan de lectura integral de estos escritos, fundamentales para la fe y la historia del cristianismo, siguiendo la probable articulación cronológica y, por tanto, la eventual evolución de su pensamiento.
* Nos encontramos en torno al año 51. Desde Corinto, Pablo envía a los cristianos de Tesalónica una primera carta que está marcada por el registro autobiográfico de los recuerdos, por el tema pastoral referente a las tensiones que atenazan a la comunidad, y por el hilo teológico que en este caso se desarrolla en torno al tema escatológico de la parusía de Cristo al final de los tiempos, sello de la historia pero también luz para iluminar el presente sin caer en agitaciones apocalípticas.
* En Corinto Pablo había permanecido al menos un año y medio. Desde Éfeso, a mediados de la década de los 50, dirige la primera de sus dos cartas a los Corintios. Se trata de un claro desmentido a quien considera al Apóstol como un frío teórico, «el Lenin del cristianismo», para citar a Gramsci. En efecto, sus páginas tratan todos los temas de una Iglesia inmersa en un contexto secular con el que está invitada a confrontarse, del que recibe con frecuencia influencias negativas, pero en el que debe demostrar con valor su fe en Cristo resucitado y el amor fraterno que la une.
Las relaciones entre los cristianos de Corinto y Pablo no fueron precisamente idílicas. La segunda Carta que les dirige lo demuestra con fuerza. Su misma redacción manifiesta saltos de tema y de tono, reflejando las tensiones internas, pero a la vez la difícil relación con el Apóstol. Sin embargo en esas páginas se configura un proyecto caritativo e intraeclesial (la colecta para la Iglesia de Jerusalén) muy sugestivo.
* Y con la carta a los Gálatas entramos en el corazón del «Evangelio» de Pablo, aunque con frecuencia este escrito haya sido considerado como un «ensayo» con respecto a la posterior obra maestra de la carta a los Romanos. Efectivamente, en el centro está la tesis exquisitamente paulina de la justificación por la fe en la gracia divina: léase 2,16, donde por tres veces se corrobora que «el hombre no se justifica por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo». Así está preparada la base para la arquitectura central de la carta a los cristianos de Roma.
* Pero antes de ella se sitúa probablemente el escrito dirigido a los amadísimos cristianos filipenses, en el que, como escribía un conocido exegeta (J. Murphy O`Connor) «se siente latir el corazón de Pablo». Escrita en la cárcel (probablemente durante el período de prisión en Éfeso), la carta recoge un espléndido himno (2,6-11) que sintetiza de modo admirable la Encarnación y la Pascua de Cristo según un esquema de «exaltación» que posteriormente gustará mucho también a Juan.
* Y así estamos ante esa obra que un comentarista, Paul Althaus, introducía con esta declaración: «Las grandes horas de la historia de la Iglesia han sido las grandes horas de la carta a los Romanos», incluso en los momentos de áspera confrontación, como sucedió con la Reforma protestante. Construida sobre un doble movimiento teológico-doctrinal (capítulos 1-11) y ético-pastoral (capítulos 12-16), frecuente en los escritos paulinos, la carta tiene en su corazón una grandiosa reflexión modulada sobre la justificación por la fe (capítulos 1-5) y sobre la vida según el Espíritu (capítulos 6-8), sobre la base del lema de Abacuc 2,4 reinterpretado por Pablo: «El justo vivirá por la fe» (1,17).
* La serie de las cartas protopaulinas se concluye con el conmovedor y breve escrito dirigido a Filemón a causa del percance de su esclavo Onésimo y con un sorprendente final de esperanza que ilumina la prisión del Apóstol: «Ve preparándome el hospedaje, pues espero que, gracias a vuestras oraciones, volveré pronto a veros» (v. 22).
Los escritos deutero-paulinos
De este modo nos encontramos ante otra área histórico-teológica del epistolario, la de las «cartas deutero-paulinas».
* Impresiona la segunda carta a los Tesalonicenses, marcada por los tonos de la apocalíptica y no carente de pasajes difíciles de interpretar, aunque siempre, atenta a conjugar historia y escatología.
* Está luego la carta a los Colosenses, de la que ya hemos hablado y que constituye un punto de referencia también para el texto destinado a los Efesios (y tal vez también a las otras Iglesias de Asia Menor), ambas marcadas por una solemne apertura hímnica. Cristo, la Iglesia y el cristiano son los tres protagonistas de una reflexión de perspectivas nuevas y originales.
* El corpus epistolar paulino se cierra con un fascículo de tres escritos homogéneos, que desde el siglo XVIII se denominan cartas pastorales, debido a su tema dominante y sus destinatarios, los colaboradores de Pablo y pastores de comunidades cristianas Timoteo y Tito. En ellas la Iglesia se presenta ya con su estructura ministerial de obispos, presbíteros y diáconos, pero también de viudas, de maestros no siempre ortodoxos, y se manifiesta marcada por una crisis de crecimiento. Inolvidable es el testamento atribuido a la pluma ideal de Pablo (2Tim 4,6-8).
* Fuera del corpus paulino, con su radical autonomía, a pesar de algunas referencias al horizonte paulino, la carta a los Hebreos sigue siendo un monumento literario-teológico en sí mismo.
A pesar de la complejidad de su planteamiento general del pensamiento del Apóstol y de su tradición, a pesar del carácter ocasional de muchas de sus reflexiones pastorales, a pesar de la diversidad de los tiempos e incluso de los autores, el epistolario paulino constituye un extraordinario proyecto en el que teología y moral, pensamiento y acción, cristología y eclesiología, teología y pastoral se reclaman y se funden, dilatándose hacia nuevas perspectivas y constituyendo una estrella polar para la historia y para la vida de la cristiandad.
Tomado de la Página: http://www.paulinos.sanpablo.es/fichactdo.php?idc=222
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lunes, noviembre 24
SAN PABLO: UNA ESTRELLA POLAR PARA LA VIDA CRISTIANA
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