Cada día se publican un sinnúmero de escritos que citan las cartas paulinas. Las palabras de San Pablo se citan, por ejemplo, en homilías, encíclicas, cartas pastorales, libros de espiritualidad y tratados de teología. Me parece, sin embargo, que en la mayoría de los casos las palabras del Apóstol de los Gentiles son utilizadas de forma muy selectiva. Porque aquellos que recurren a San Pablo buscan solamente darle fundamento a un planteamiento aislado. Ese tipo de cita parcializada evita, por razones obvias, que se discutan los temas centrales del discurso paulino. La Primera Carta a los Corintios es prueba de ello. ¿Por qué? Porque toda persona que ha leído el Nuevo Testamento puede señalar fácilmente que en la Primera Carta a los Corintios se encuentra el Himno del Amor. ¿Qué otra cosa dice la Primera Carta a los Corintios? Por regla general, nadie sabe.
En este Encuentro con San Pablo he vuelto a revisar la Primera Carta a los Corintios. Confieso que inmediatamente tuve la tentación de saltar los primeros capítulos de la carta y llegar al mencionado himno. Aclaro, sin embargo, que me detuve y opté por seguir el orden dado por el autor. Lo que allí encontré me sorprendió.
No hay duda que los primeros capítulos de esta carta es un texto olvidado por el cristianismo moderno. ¿Olvido voluntario o involuntario? Me explico. Del texto se desprende que en la comunidad de Corinto habían surgido serias divisiones. San Pablo lo resume de la siguiente forma: “Me refiero a lo que anda diciendo cada uno: yo por Pablo, yo por Apolo, yo por Cefas, yo por Cristo.” (1, 12) Ante esas divisiones, San Pablo pregunta: “¿Está dividido el Mesías? ¿Ha sido crucificado Pablo por vosotros o habéis sido bautizados invocando el nombre de Pablo? “ (1,13) “Pues si hay entre vosotros envidias y discordias ¿no os dejáis guiar por el instinto y por criterios humanos en vuestra conducta? Cuando uno dice yo estoy por Pablo y otro yo por Apolo, ¿no os quedáis en puros hombres? ¿Quién es Apolo? , quién es Pablo? Ministros de vuestra fe, cada uno según el don de Dios. Yo planté, Apolo regó, pero era Dios quien hacía crecer. Así que ni el que planta cuenta ni el que riega, sino Dios que hace crecer”. (3, 3-7)
El mundo cristiano del Siglo XXI vive el desasosiego de ver sus líderes reclamando el control exclusivo de la Buena Noticia. Mormones, Episcopales, Metodistas, Evangélicos, Testigos de Jehová, Adventistas, Católicos y Ortodoxos dicen tener la última palabra en torno al Evangelio y con ello desfiguran constantemente el rostro de Cristo. También desfiguran su Mensaje. Y ante ese reclamo surgen divisiones que levantan muros generando odios y discordia. ¿Puede una religión llamarse cristiana si su prédica sólo promueve exclusión censuras y condenas?
Por eso San Pablo insiste en ubicar el rol del cristiano en su justa perspectiva. Al respecto señala: “[q]ue la gente nos considere como servidores del Mesías…”. (4,1). La vida del cristiano, pues, no va atada a estructuras jerárquicas o títulos de nobleza. Tampoco va atada al conocimiento especializado del Evangelio o a la destreza de explicar la naturaleza de Dios. San Pablo al resaltar la frase “servidor de Cristo” describe su rol de la siguiente manera: “Hasta el momento presente pasamos hambre y sed, vamos medio desnudos, nos tratan a golpes, vagamos a la ventura, nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Insultados bendecimos, perseguidos resistimos, calumniados suplicamos. Somos la basura del mundo, el desecho de todos….”. (4, 11-13).
Es que para San Pablo, todas esas divisiones provocadas por un deseo desmedido de poder y control son una pérdida de tiempo. Se tratan de un espejismo que con el tiempo se convierte en un callejón sin salida. Por lo que, sin camino que recorrer, el ser humano pierde su capacidad de llegar a ser todo lo que puede ser. En ese momento, el ser humano pierde su felicidad y su capacidad de vivir en armonía con la naturaleza y su prójimo.
Y entonces cabe preguntarse, ¿cómo vencer todas esas divisiones? ¿Cómo lograr que el ser humano alcance todo su potencial? San Pablo tiene la respuesta. Lo llama “el camino mejor”. (12, 31) Ese “camino mejor” lo conocemos como el Himno del Amor. De eso tratará nuestro próximo ensayo.
Dudas o comentarios pueden comunicarse conmigo a manoloe@prtc.net
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