5. El momento de la crisis: el testimonio de Esteban
Muy probablemente Esteban y Pablo fueron compañeros de estudio. Pero los caminos se separaron. Esteban entró en la nueva comunidad de los cristianos, creada hacía tres o cuatro años. Pablo estaba contra ella. El conflicto entre los dos fue violento.
En su discurso ante el Sanedrín (congreso: Hch 6,12), Esteban interpretó la historia de Moisés como espejo de la historia de Jesús (Hch 7,1-50). Miraba a Moisés y, aparentemente, hablaba de él. En realidad estaba pensando en Jesús y hablaba de él. Para Esteban, condenar a Jesús era lo mismo que condenar a Moisés. Al final del discurso, dejó de lado el espejo y habló claro. Acusó a los judíos de ceguera y sordera ante la Palabra de Dios manifestada en Jesús (Hch 7,51-53). La reacción fue violenta: agarraron a Esteban y lo mataron a pedradas (Hch 7,54-60). Pablo estaba presente como testigo (Hch 7,58), y aprobaba la muerte de Esteban (Hch 8,11) ¿Qué pasó con Pablo en aquel momento dramático? No lo sabemos. Pero los hechos que vinieron después nos permiten hacer la siguiente interpretación.
Esteban, que estaba muriendo, de repente exclama: “¡Señor, no los condenes por este pecado!” (Hch 7,60) y más aún: “Estoy viendo el cielo abierto, y al Hijo del Hombre, de pie, a la derecha de Dios!” (Hch 7,56). En este testimonio se transparentan dos evidencias:
1. Esteban ve el cielo abierto. Es decir, él está siendo acogido por Dios; está en el lugar en el que Dios le quiere. ¡El es ‘justo’! En el momento de morir, Esteban estaba en posesión de la justicia-santidad que Pablo no consiguió alcanzar, a pesar de todo su esfuerzo por observar la Ley. ¡Y Esteban consiguió la justicia-santidad, sin observar la Ley!
2. Esteban ve a Jesús a la derecha de Dios. Es decir, Dios acoge a Jesús, el mismo Jesús que había sido condenado como blasfemo por el tribunal que ahora estaba condenando a Esteban (Mt 26,65). Entonces, al acoger a Jesús, Dios condenaba al tribunal; condenaba al propio Pablo.
Según este testimonio, una cosa es evidente: el ideal de la observancia ya no podía ser el verdadero camino. A través de su manera sencilla de vivir y morir, sin decir ninguna palabra, Esteban estaba gritando en el oído de Pablo: ‘¡Todo lo que tú viviste hasta hoy, ya no es camino para conducirte a la justicia, hasta Dios, pues yo recibí la justicia, sin observar la Ley!’ ¿Quién tenía razón, Esteban o Pablo? Esteban era solo uno. Junto a Pablo estaba la multitud del pueblo judío; estaba la tradición de más de mil años; estaban las autoridades todas: sacerdotes y doctores. En esta balanza, el peso estaba a favor de Pablo. ¡Su camino era el camino verdadero! El de Esteban, el de los cristianos, debía ser el camino equivocado. Por eso, Pablo aprobó la muerte y empezó a perseguir a los cristianos. Pensaba que estaba prestando un servicio a Dios en defensa de las “tradiciones paternas” (Gál 1,13-14).
¡Pero Esteban “dio su sangre’! Y cuando alguien da su sangre, entra con todo lo que tiene. ¡Así es hasta hoy! Pablo buscaba acallar la voz de Esteban y de los cristianos. ¡Quién sabe, tal vez quisiera callar la voz de su propia conciencia ! Al perseguir a los cristianos, Pablo estaba huyendo de sí mismo y de Dios. Hasta que Dios le dio alcance y lo derribó en el camino de Damasco. Allí fue donde se acabó la fuente de la que Pablo sacaba agua para beber. Fue allí donde el testimonio de Esteban llegó a dar resultado.
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