Un lugar para caminar con San Pablo... para llevar a Cristo a cada persona en cada paso... un espacio para peregrinar a través de las Cartas de San Pablo, un lugar para reflexionar, compartir, y disfrutar de La Palabra a través de su gesta como el Apóstol de las Gentes. Una oportunidad más para conocer a Pablo de Tarso, misionar con él y llevar la Palabra de Jesús Resucitado.

miércoles, julio 7

Espiritualidad del Apóstol según San Pablo : «Nos apremia el amor de Cristo» (2 Cor. 5,14) Parte 5

«Desearía ser yo mismo anatema por mis hermanos» (Rom. 9,3)

La caridad pastoral de Pablo encuentra su expresión suprema en las palabras que encontramos al inicio del cap. 9 de la Carta a los Romanos. Con una fórmula particularmente solemne («digo la verdad en Cristo, no miento, testifica conmigo mi conciencia en el Espíritu Santo») nos hace una confidencia personal: el dolor inmenso y la tristeza continua que experimenta por el hecho de que sus hermanos judíos no hayan acogido al Mesías ni su Evangelio (vv. 1-2).

En el versículo 3 tiene esta afirmación impresionante: «desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne». De tal manera le importa -y le duele- la situación de sus hermanos que se manifiesta dispuesto a cualquier sacrificio por ellos, para alcanzarles la salvación.

La palabra «anatema» en la Biblia puede indicar algo entregado a Dios para serle consagrado como ofrenda agradable, o bien para ser destruido como cosa maldita (sentido del «jerem» en el A.T.). En San Pablo la palabra está tomada siempre en este último sentido (cf. Gal. 1, 8-9). Y es este el sentido que tiene aquí: Pablo se muestra dispuesto a atraer sobre sí la maldición divina, a ser convertido el mismo en objeto de maldición, y a experimentar definitivamente la separación de Cristo, si esto pudiese ayudar a la conversión de sus hermanos.

La expresión nos habla de un amor ardiente, y recuerda las palabras de Moisés tras el pecado del pueblo: «¡Ay! Este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse un dios de oro. Con todo, si te dignas perdonar su pecado...y si no, bórrame del libro que has escrito» (Ex. 32,31-32). Más aún, estas palabras recuerdan, reproducen y prolongan la actitud del mismo Cristo, que aceptó ser hecho «pecado» por nosotros para que nosotros llegásemos a ser «justicia de Dios» (2 Cor. 5,21), y se hizo a sí mismo «maldición por nosotros» para rescatarnos de la maldición (Gal. 3,13).

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