Un lugar para caminar con San Pablo... para llevar a Cristo a cada persona en cada paso... un espacio para peregrinar a través de las Cartas de San Pablo, un lugar para reflexionar, compartir, y disfrutar de La Palabra a través de su gesta como el Apóstol de las Gentes. Una oportunidad más para conocer a Pablo de Tarso, misionar con él y llevar la Palabra de Jesús Resucitado.

lunes, febrero 23

La espiritualidad desde la Perspectiva Paulina (Parte 1)


La espiritualidad cristiana es la experiencia viva de la fe cristiana por la fuerza del Espíritu; es la dimensión en virtud de la cual, la persona es capaz de una relación trascendental con Dios. Vivir de acuerdo al Espíritu es disfrutar la vida y la paz. Toda persona, por lo tanto, es capaz de vivir la espiritualidad ya que es un ser espiritual creado a imagen y semejanza de Dios

Ser espiritual es vivir de acuerdo al conocimiento que Dios está presente como el principio de transformación personal, interpersonal, social y cósmico. Estar abiertos al Espíritu es aceptar quienes somos, quienes estamos llamados a ser y dirigir nuestras vidas a responder a la gracia de Dios en nosotros. La espiritualidad cristiana tiene que ver con nuestra manera de ser cristianos, como respuesta al llamado de Dios realizado por Jesús, por la fuerza del Espíritu.


La espiritualidad cristiana es Trinitaria, está arraigada en el Dios Trino; cristológica, centrada en Jesús el Cristo; eclesiológica, situada en al Iglesia; peumatológica, responsiva al Espíritu Santo; y escatológica, orientada hacia la llegada del Reino de Dios con toda su plenitud al final de los tiempos.

La espiritualidad cristiana es también visionaria, porque ve de una manera nueva la realidad que le rodea; sacramental, ya que la realidad creadora que le rodea está llena de la presencia oculta de Dios; relacional, porque somos seres en relación con Dios, con nosotros mismos, con el prójimo, con el mundo y con el cosmos; transformativa, porque nos pone en contacto con el Espíritu que sana, reconcilia, renueva, da vida, confiere paz, sostiene la esperanza, crea unidad.


Las dimensiones esenciales de toda espiritualidad son: el camino hacia el interior, el camino a lo trascendente, y el camino hacia los otros. El camino hacia el interior es fruto de la tendencia elemental de orientar todo hacia ese punto absoluto del espíritu en la persona. Es descubrir el Dios que habita en mi interior. El camino a lo trascendente supone la relación con el Misterio, con el Dios que nos habla y nos salva. Es importante para la espiritualidad cristiana sacar su fuerza vital de la acción salvífica de Dios en Jesucristo, presente en la Iglesia y transmitida por su palabra y los sacramentos. El camino hacia los otros es esencial en la espiritualidad cristiana, pues es el mandato recibido de amar al prójimo. Que nos invita al compromiso con los demás, con la sociedad, para transformarla en una más justa y practicar la justicia con los menos afortunados. La espiritualidad cristiana es espiritualidad del amor gratuito; es la integración de toda la persona desde la fe, la esperanza y el amor.


Podemos señalar que las características de la espiritualidad cristiana son: una espiritualidad


· Integradora de la persona

· Que sea experiencia personal de la fe, encuentro de comunión con Dios

· Vivida en el Espíritu

· Que se desarrolla contando con la vida cotidiana y con el mundo

· De diálogo, es decir abierta al modo de hablar de Dios que supone una llamada a la escucha

· Fraterna y apostólica es decir misionera

· Eclesial

· Que entraña la relación con el Dios Trino

· Pascual, que afronte la cruz


Vivir la espiritualidad cristiana supone participar de la Pascua del Señor, ser en él criatura nueva y vivir la nueva relación de hijos en el Hijo. Se trata de una realidad a la que se accede desde el don de la fe, que nos abre al misterio de la Trinidad, y desde el amor de Dios, nos introduce en la intimidad de su vida. No se puede vivir una espiritualidad sino se vive en Cristo, si no nos adentramos en el corazón del Padre y del Hijo con la ayuda del Espíritu.


Por: Irma Hernández Torres, D.Min., Ph.D .

Presidenta del Instituto Teológico Internacional de Puerto Rico (ITIPRI)



(Continuará)


lunes, febrero 16

Pablo, el apóstol

En mi primer artículo de esta corta serie, intenté hacer una semblanza de San Pablo de Tarso como hombre cabal, extraordinario en todos sus matices, menos en lo físico de la persona, de lo cual culpé a los corintios y a los pintores. En éste, intento presentar al gran Santo como el Apóstol ejemplar, que todos podemos y debemos imitar.

Quiénes y qué son los apóstoles cristianos

La palabra apóstol no se encuentra en los libros del Antiguo Testamento; su cometido era desempeñado por los profetas. En el Nuevo Testamento la palabra aparece unas 35 veces. Por cuanto hay muchas clases de apóstoles: apóstol de la caridad, de los leprosos, de la buena prensa, de los derechos civiles, de los derechos de la mujer, etc., conviene tener una idea exacta del concepto apóstol cristiano.

Podemos definir al apóstol cristiano como una persona que acepta libremente la llamada de Dios y/o de su Iglesia para dar a conocer su voluntad y su doctrina.

Entendido de este modo, nadie puede proclamarse a sí mismo apóstol por su cuenta y riesgo. Así como nadie tiene derecho a ser sacerdote (Heb 5: 4), tampoco tiene derecho a proclamarse y actuar como apóstol cristiano sin ser previamente llamado enviado. Una consecuencia de esto es que el apóstol cristiano no ha de exponer sus ideas doctrinales y morales, sino la doctrina y mensaje de Cristo tal como los entiende la Iglesia que lo envió. Si obra contrariamente a esta grave exigencia, automáticamente deja de ser apóstol de Cristo. Además, el apóstol ha de trabajar no dónde a él se le antoje, sino donde sus superiores le manden.

Los principales apóstoles de la Iglesia hoy son el papa, los obispos, los sacerdotes y los maestros, profesores de religión y ciencias asociadas.

Pablo de Tarso, el gran apóstol

En la vida de Pablo de Tarso hay dos momentos clave: antes y después de su conversión. No sabemos exactamente la edad que tendría Saulo (su nombre gentil); se dice que unos 30 cuando al dirigirse lleno de ira a Damasco en busca de víctimas de su odio anticristiano, Dios le hace una magnífica jugada: en un tris, le convierte de cruel perseguidor de los discípulos de Cristo en un ardiente y magnífico apóstol (He 9: 1-19). A tal episodio se refiere Pablo en su Carta a los Gálatas (1:15 ss).

Cabe preguntarse por qué le hizo Dios tan extraordinario regalo, cuando, muy posiblemente, había otras muchas personas para elegir entre los ya convertidos. Tres razones se me ocurren: El carácter ardiente e indomable de Pablo; un premio a su actuación con buena intención y voluntad (recordemos que Cristo había profetizado que llegaría un tiempo en que se mataría a sus discípulos en la creencia de que se hacía un servicio a Dios (Jn 16: 2). Y la lección que suponía su conversión para sus congéneres judíos. ¡Si el fervoroso fariseo se había convertido, por algo será!

Al ser derribado de su caballo, y quedar ciego, Pablo se rinde totalmente a la voluntad de su, hasta entonces odiado Cristo, quien, en vez de darle órdenes personalmente (notemos bien esto todos los que estamos en el apostolado), le manda a Damasco, donde se le diría lo que tenía que hacer. Probablemente, Ananías, el discípulo aludido, sería el responsable de la comunidad cristiana local (He 9: 10).

Tras recobrar la vista y tomar alimento (que no había probado en tres días), el profundamente convertido y ya bien enseñado Saulo por el mismo Jesús (Gál, 1: 2) recibe el bautismo y aparentemente, de inmediato se lanza con todo ardor a predicar que, el antes odiado Jesús de Nazaret, era (es) verdaderamente el Hijo de Dios. Naturalmente, tanto en el campo cristiano como en el judío hubo un gran revuelo. Nadie se explicaba el cambio operado en Saulo, “quien se crecía y confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que aquél [Jesús] era el Cristo (He 9: 22).

Esto duró unos tres años, al cabo de los cuales, viendo los judíos de la sinagoga de Damasco que no podían ni con Pablo ni con su ardorosa y sabia predicación, resolvieron matarle. Pero aún no era la hora y Pablo pudo alejarse de la ciudad al descolgarle por la muralla en una espuerta los cristianos de la ciudad. La estricta vigilancia que de día y de noche habían montado los judíos para que él no se les escapara de las manos – de seguro que con la complejidad de las autoridades paganas –, fue hábilmente burlada por Pablo y sus amigos (vv23-25). Fue el primer gran peligro, cientos de otros le seguirían (2 Cor 11: 23-26), que también superaría.


P. José Pascual Benabarre Vigo
benigno_benabarre@yahoo.com
Para El Visitante: Semanario Católico de Puerto Rico

Agradecemos a El Visitante por su ayuda y su constante apoyo en la misión de llevar la palabra y en celebrar con nosotros el Año Paulinos. ¡Gracias!

Visiten su página: http://www.elvisitante.biz/visitante-web/

lunes, febrero 9

Pablo, apóstol itinerante



Pablo se va Jerusalén

Podemos estar seguros de que Pablo no dudaba un ápice de que todo lo que hacía por Cristo estaba aprobado por éste, y que su doctrina era rectísima; pero como el mismo Pablo nos indica (Hch 24, 16), hay que obrar bien ante Dios y los hombres. Por eso buscó el espaldarazo de su misión y doctrina de parte de San Pedro, el primado de la Iglesia, y del jefe de la comunidad de Jerusalén, Santiago. Y allí se fue. Como irá después por el mismo motivo al Concilio de Jerusalén (Hch 15). ¡Y qué gran disgusto se llevó al observar el recelo con que todos le miraban al principio! No es extrañar tal actitud, pues, aparentemente, nada sabían de su conversión en Damasco. Por otra parte, ¡les había perseguido tanto! Todo se aclaró cuando Bernabé lo presentó a los Apóstoles y garantizó su conversión (Hch 9, 27).

Sin perder tiempo, se puso a predicar con tanto ardor a favor de Jesús que los helenistas, es decir, los judíos que hablaban el griego, le amenazaron a muerte – muerte que Pablo evitó huyendo a Tarso (Hch 9, 29-30). ¡Otro gran peligro esquivado!

Vuelto a Antioquía, Pablo, que para entonces ya se había ganado la plena confianza de la comunidad cristiana de la Ciudad, fue escogido, con Bernabé, para llevar a los cristianos pobres de Judea las limosnas que se habían recogido entre sus discípulos. (Hch 11, 22-30).

Fue en Antioquía donde los discípulos de Jesús recibieron por primera vez el nombre de cristianos; y fue así mismo la comunidad de Antioquía la primera que pasó de ser evangelizada a evangelizadora. Previa imposición de las manos, enviaron a Pablo y Bernabé a la gran misión a la que Dios les tenía destinados. Fue un mandato expreso del Espíritu Santo (Hch 13, 2-3), probablemente comunicado a algunos de los profetas que allí había.

Pablo recorre medio mundo helénico y romano

Y aquí comienza el gran periplo apostólico de Pablo que le llevará a anunciar la Buena Nueva, en tres memorables viajes, a docenas de ciudades, en las que funda otras tantas comunidades cristianas.

Los viajes apostólicos de San Pablo se suceden casi ininterrumpidamente entre los años 44-49 (primer viaje), 50-52, el segundo; y 53-58, el tercero. (El cuarto, a Roma, fue como preso).

Partiendo de Antioquía de Asiria en su primer viaje, Pablo y Bernabé, acompañados de Juan Marcos, visitan, entre otras, a las comunidades judías de las ciudades de Pafos (en Chipre), Perge, Antioquía de Pisidia, Listra y Derbe, recalando en Antioquía de Siria, de la cual habían salido. El incidente más notable de este viaje fue la conversión de Sergio Paulo, procónsul de Chipre, a la se oponía un tal Elimas, mago, a quien Pablo no dudó en llamar “hijo del Diablo”, y a quien castigó con ceguera temporal (Hch 13, 10).

Para su segundo viaje, Pablo escogió por compañeros a Silvano, ciudadano romano, y a Timoteo, que actuará como su secretario, a los que, en Troas, se les unió Lucas, médico de profesión, y fiel cronista de Pablo desde aquel momento en adelante. Tres episodios notables tuvieron lugar en este segundo viaje: el injusto encarcelamiento de Pablo y Silas, su milagrosa liberación, y el bautismo del carcelero y de toda su familia (Hch 16, 16-40).

Partiendo de Cesarea y pasando por Antioquía de Siria, Pablo y equipo visitaron algunas de las comunidades fundadas en su primer viaje. Instruido en sueños, se fue a evangelizar a los macedonios. De allí partió para Atenas, en cuyo aerópago Pablo sufrió una gran decepción al querer valerse de su elocuencia y conocimientos paganos para convertir a los estoicos y epicúreos (Hch 17, 16 ss). De Atenas, pasó a Corinto, donde sí alcanzó resonantes triunfos apostólicos.

Entre los años 53 y 58, y partiendo de Antioquía de Siria, Pablo y equipo emprendieron su tercer viaje, durante el cual visitaron las comunidades de Galacia y Frigia, y se detuvieron tres años en Éfeso. El éxito fue tal aquí que el platero Demetrio, al comprobar que ya no se vendían las imágenes de la diosa Artemisa como antes, logró expulsar a Pablo de su ciudad (Hch 20 ss). Volviendo a Macedonia, Pablo terminó este viaje en Jerusalén, donde sus enemigos le entregaron a las autoridades romanas. Creyéndose inocente, Pablo exigió ser juzgado en Roma (Hch 25, 10). Y allá lo condujeron en compañía de Lucas y otros. Dejado en libertad a los dos años, es más que probable que visitó España, como deseaba desde hacía años (Rom 15, 24).

Durante el tercer viaje fue cuando Pablo resucitó al joven Eutico en Troas (Hch 20, 7 ss)

Lo que Pablo tuvo que sufrir durante tanta correría, nos lo explica él mismo en 2 Corintios11, 23-30:

En cualquier cosa que alguien presumiere—es una locura lo que voy a decir — también presumo yo. Más en trabajos, más en cárceles, muchísimo más en azotes; en peligros de muerte, muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; una noche y un día pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros en ríos; peligros de salteadores; peligros de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado. Peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir; muchas veces hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez…

¡Valiente Pablo!



lunes, febrero 2

Se ha manifestado el amor de Dios


"La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado.

Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús.


Él se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien". (Carta a Tito 2, 11-14)


Con lo saludos del P. Benito


Consigna: “Vivamos con sobriedad, justicia y piedad”.

EL HIMNO AL AMOR


Una vez alcanzada la cima gloriosa, Pablo se siente embargado de admiración y llena plenamente sus pulmones con la brisa embriagadora del más allá. Canta su esperanza. Grita el amor de Dios. Desafía los obstáculos e invita a las potencias enemigas a ver si son capaces de arrancarla de ese amor. Himno desconcertante que nos ofrece la última palabra de la fe de Pablo. ¿Qué es un cristiano? ¿De qué sirve la fe? Todo está aquí. Nos sentimos invitados a ser los testigos privilegiados de una trascendencia de amor manifestada por el Padre en el Hijo con el Espíritu. Los testigos y los agraciados. “Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra? Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que él no nos lo regale todo?” (Rom. 8, 31-12).
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“¿Quién podr
á privarnos de ese amor del mesías?” (Rom. 8, 35). Pablo enumera siete posibles obstáculos: las dificultades, las angustias, las persecuciones, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada. A lo largo de toda su vida, los seis primeros fueron compañeros asiduos de sus correrías misioneras. En cuanto a la espada, lo consagrará mártir de Cristo diez años más tarde, en aquella ciudad de Roma a la que dirige su manifiesto. ¡Qué reto tan admirable a todas las potencias coaligadas del universo! No hay nada que logre romper el amor. Es cierto que siempre le queda al hombre esa posibilidad trágica de rechazar el amor, pero Pablo, aquí como anteriormente (Rom. 8, 22-30), se sitúa en el punto de vista exclusivo de Dios. “Ninguna criatura podrá privarnos de ese amor de Dios, presente en el mesías Jesús, señor nuestro” (Rom. 8, 39).
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De esta forma, tanto al comienzo como al final de la carta de Pablo
se inscribe un nombre que pertenece a la historia: Jesús, que tiene la función de ser el mesías, el Cristo, el enviado del Padre, y que por la resurrección ha sido establecido señor nuestro. Si las tres personas divinas no dejan de ser el objeto de la experiencia cristiana vivida por san Pablo, vemos cómo Cristo resucitado es el que ilumina con el esplendor de su gloria todas las etapas de la historia de la salvación, desde la creación hasta la glorificación universal. Para Pablo, fiel al realismo de sus maestros palestinos, lo mismo que para toda la iglesia primitiva, Jesús resucitado recibió un “cuerpo espiritual”, no solamente en un sentido relacional que lo pondría en contacto con el universo, sino también en un sentido físico, en cuanto que los elementos materiales son sublimados por el Espíritu.
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La salvación no consiste solamente en el encuentro con Cristo por la fe, sino también en la transfiguración de todo lo que Dios ha creado para su gloria en el amor.

. Amédée Brunot
Los escritos de san Pablo
Cartas a las jóvenes comunidades

Editorial Verbo Divino

Tomado de: http://www.sanpablohoy.com/2008/10/el-himno-al-amor-rom-8-31-39.html

Este es..

... un espacio para peregrinar a través de las Cartas de San Pablo, un lugar para reflexionar, compartir, y disfrutar de La Palabra a través de su gesta como el Apóstol de las Gentes. Una oportunidad más para conocer a Pablo de Tarso, misionar con él y llevar la Palabra de Jesús Resucitado.